Un elfo por Navidad

Alzó la mirada y sus ojos quedaron atrapados casi sin querer en una bola de nieve que descansaba sobre la repisa de la chimenea. Extendió los dedos, atraída por el objeto y la tomó con suavidad, temiendo dejarla caer. No quería romperla. La agitó, tratando de ver más allá del tono turbio del agua. ¿Estaría rota?
Un brillo y diminutas estrellas de colores le mostraron que no, mientras la escena que se mostraba en su interior parecía moverse ante sus ojos. Como si fuera algo real que estuviera sucediendo frente a ella. (...)

Las enormes manos del gigante tomaron su rostro, haciéndola mirarlo a los ojos.
—No llores. —Había un borde de dolor en su tono, como si no pudiera soportar ver su tristeza. Aquella voz tenía la capacidad de hacerla desear cosas que no debería. De rendirse en sus brazos y suplicarle que no la soltara jamás. Que la ayudara y la protegiera, que cuidara de ellos tres. Quería suplicar por aquel refugio de paz que le había ofrecido desinteresadamente.
Y estaba completamente loca por pensar en aquello. ¡Estaba en casa de un desconocido poniendo no solo su vida en peligro, sino la de sus hijos! Debería estar pensando en salir de allí, no en quedarse a su lado para siempre.

(…) ¿Qué le pasaba? Él no era un tipo tímido o nervioso, pero cerca de ella se sentía un poco así. Probablemente por la espada colgando sobre su cabeza, que le advertía que había muchas posibilidades de que ella fuera su elegida. No una mera protegida, sino ella, su compañera. La pareja a la que no quería encontrar.
Todavía no.
Iba a matar a Nick. Lo conocía tan bien, ahora tenía aires de casamentero y eso no iba a pasar. No iba a permitirlo.

(...) No veía en Ariana nada especial, por más que los niños hubieran empezado a colarse en su corazón.
No podía ser su protegida, esa persona que cambiaría su vida y alteraría el rumbo de su propio destino. No, sería una misión más y, de hecho, ni siquiera la tocaría. No iba a besarla ni a rozar su suave piel otra vez. Ni siquiera la abrazaría, a pesar de que sabía muy bien cuánto podía necesitarlo.
Mantendría las distancias con ella, los ayudaría como mejor pudiese y después permitiría que siguiesen su camino, lejos de él. Esa era la única salida posible porque no estaba dispuesto a perder su libertad.
Todavía no.