—¿Es por eso por lo que vuestro Führer se ha vuelto contra los degenerados? ¿Para poder reintroducir la esclavitud? ¡Por lo menos una de cada cuatro personas que viven en el metro sufre alguna deformidad!
—¡No eres tú quien tiene que decidir quién es un degenerado y quién no! —le dijo Dietmar, riéndose—. ¡El Führer es un genio! ¿Vamos a perseguir a los armenios? ¡Vaya imbecilidad! ¿O a los judíos? El efecto es cero. El hombre que ha nacido como judío no puede hacer nada contra ello. Si algunos lo llevan hasta escrito en la cara: judíos, chechenos, kazajos. Y así se convierten en tu objetivo, en tu enemigo, y no te van a jurar jamás lealtad. Pero ¿qué pasa con el ruso? ¿Es automáticamente inmune? ¿Pertenece, por nacimiento, a un pueblo elegido? ¿Se lo puede permitir todo? Entonces, ¿no tiene que temer nada? ¡Eso sería absurdo! ¡Pero la degeneración es un asunto muy distinto! ¡Cuando se trata de degeneración, hay que andarse con cuidado! ¡Con una sola mutación basta! ¡Puede que un hombre nazca sano, pero después es posible que empiece a crecerle una úlcera! ¡O un bocio! ¡O la anomalía que sea! ¡Puede que el ojo desnudo no lo vea! ¡Solo un médico puede estar seguro! Y por eso toda la chusma va a temblar, toda la chusma va a desmayarse de miedo cada vez que tenga que pasar por la revisión médica. El propio médico va a temblar. Porque la distinción entre degenerados y no degenerados tendrá que trazarla en cooperación con nosotros. Nadie más podrá gozar de seguridad. Nunca más. Todo el mundo tendrá que pasarse toda la vida, ¿lo entiendes?, toda la vida justificándose. Justificándose ante nosotros. ¡¿Verdad que es magnífico?! ¡Es un concepto maravilloso!
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