Aquí reposa Margot

En 2019 en España, se registraron un total de 2.388 muertes perinatales, lo que equivale a una tasa de 6'58 muertes por cada 1.000 nacidos vivos. Se tienen en consideración para esta estadística las muertes entre la semana 22 de gestación aproximadamente y los primeros 6 días de vida del bebé (información disponible en el INE y en la web de la asociación Umamanita)
A pesar de estas cifras nos seguimos topando con una sociedad que da la espalda al duelo y con un sistema que no informa debidamente y que respeta poco o nada el dolorosísimo trance por el que pasan muchas mujeres y sus parejas al enfrentarse a la muerte cuando están esperando dar vida.
Tampoco la literatura se había ocupado de estas experiencias hasta hace bien poco. Por suerte, cada vez son más las escritoras que hacen este ejercicio catártico y nos regalan su experiencia cargada de dolor y de rabia.
La editorial @obrador nos trae el testimonio de la canadiense Marielle Giguére, que es absolutamente desgarrador e incómodo, pero imprescindible. Es un grito estremecedor para romper el silencio que nos imponen los tabúes y estigmas con los que han cargado nuestras madres y abuelas y tantas mujeres desde siempre.
Escrito en forma de diario pero donde el tiempo se diluye y se confunde porque la muerte de Margot en el útero de la escritora, se repite en bucle incluso después de haber conseguido enterrarla (pesadilla burocrática mediante). También es una denuncia a la mala praxis ginecológica, la falta de tacto de todo un equipo médico y administrativo y una crítica durísima a la escasez de derechos y/o el desconocimiento de ellos para poder ampararnos.
Es un libro repleto de poderosas sentencias, oraciones potentes, llenas de odio, escatológicas a veces, que resultan impactantes, tienen el efecto deseado en nosotras. Nos interpela.
Pero la brusquedad con la que habla de los hechos contrasta con la suavidad casi poética de los pasajes dedicados a las mujeres de su familia, a aquellas que también vieron pasar la vida y la muerte al margen o no de la medicina moderna. Y esto es lo que más me ha gustado: como se van engarzando todas las vivencias a través de una sola voz que quiere rescatarlas del olvido.

Una de las cosas que más me gustan de leer es dar con libros que entienden la literatura como un lugar de refugio, como un árbol con raíces que tienen que ir uniéndose unas con otras para aferrarse bien a la tierra: por ejemplo, Joan Didion decía «saber es controlar», y yo me entero de estas palabras porque Marielle Giguère decide citarlas, porque en ese necesitar saber lo que le estaba ocurriendo recurre a Didion y empieza a hermanar raíces.

Y hermanando, hermanando, me voy dando cuenta de que efectivamente saber es controlar. Saber, por ejemplo, que la muerte perinatal es más frecuente de lo que pensaba; que el aborto no es algo aislado, que después de haber leído y escuchado algunos relatos que se acercan a él desde muy distintas posturas hay puntos que siempre son comunes: el desconocimiento de nuestros derechos (seguros, bajas, análisis), la poca empatía de un sistema médico cargado de burocracia, la autocensura para hablar de lo que nos ocurre o la sorpresa al descubrir que muchas de las mujeres que nos rodean han pasado o conocen a alguien que haya por uno.

Aquí reposa Margot es el diario que la autora comienza para narrar su duelo después de perder a su hija por una negligencia médica; en su escritura Giguère dialoga con otras mujeres: las de su familia —tias, abuelas—, las de la ficción —una Elastigirl sometiendo su cuerpo a dimensiones irreales para cumplir su rol madre—, las del arte —Frida Kahlo—, y sigue, sigue, sigue.

El testimonio de Giguère ha sido una de las cosas más duras que he leído últimamente, pero qué suerte que además de refugio la literatura sirva para darnos cuenta de que las experiencias son múltiples, diversas, de que quizá lo más cruel de la vida es ver cómo sigue girando aunque nosotros nos hayamos tenido que parar forzosamente. Si leo es por y para esto: aprender, empatizar, conocer, encontrar las palabras.

Marielle Giguere nos acerca en esta novela, a los sentimientos de las mujeres que han perdido a sus bebes, antes o al poco de conocerlos. Para ello se basa en su propia experiencia, en la cual perdió a Margot y más tarde a Albert. En ella nos muestra también el trato que recibió por parte del hospital, y los sentimientos hacia los especialistas que la atendieron e informaron del proceso en el que se vio envuelta.
Además, también nos muestra el maltrato que las mujeres han vivido en los partos mediante las experiencias de sus abuelas. La abuela materna vivía en un pueblo, donde el parto era asistido por las vecinas brujas, perdió a su primera hija. La abuela paterna, vivió en una ciudad y le administraban cloroformo como anestesia a los dolores de parto.
Este libro es la voz de todas aquellas mujeres que han sufrido y sufren en silencio las pérdidas de sus Margots. Una voz que nos acerca a los sentimientos, a quienes por suerte no hemos pasado por esa pesadilla (de momento, quien sabe).
Es un libro corto, que la estructura de la narración lo acorta más aun, ya que prácticamente cada página es un capitulo, e incluso alguna de estas está impresa únicamente por una cara. Pese a eso, es un libro difícil de leer por los temas que trata y las historias que cuenta.
Personalmente la autora me ha atrapado desde el comienzo. En algún momento, he tenido que tomarme un tiempo para secar mis lágrimas y tratar de comprender y digerir lo que leía. Siento que es una dura realidad que debe ser contada y por supuesto, merece la pena ser escuchada.