Aquí reposa Margot

Una de las cosas que más me gustan de leer es dar con libros que entienden la literatura como un lugar de refugio, como un árbol con raíces que tienen que ir uniéndose unas con otras para aferrarse bien a la tierra: por ejemplo, Joan Didion decía «saber es controlar», y yo me entero de estas palabras porque Marielle Giguère decide citarlas, porque en ese necesitar saber lo que le estaba ocurriendo recurre a Didion y empieza a hermanar raíces.

Y hermanando, hermanando, me voy dando cuenta de que efectivamente saber es controlar. Saber, por ejemplo, que la muerte perinatal es más frecuente de lo que pensaba; que el aborto no es algo aislado, que después de haber leído y escuchado algunos relatos que se acercan a él desde muy distintas posturas hay puntos que siempre son comunes: el desconocimiento de nuestros derechos (seguros, bajas, análisis), la poca empatía de un sistema médico cargado de burocracia, la autocensura para hablar de lo que nos ocurre o la sorpresa al descubrir que muchas de las mujeres que nos rodean han pasado o conocen a alguien que haya por uno.

Aquí reposa Margot es el diario que la autora comienza para narrar su duelo después de perder a su hija por una negligencia médica; en su escritura Giguère dialoga con otras mujeres: las de su familia —tias, abuelas—, las de la ficción —una Elastigirl sometiendo su cuerpo a dimensiones irreales para cumplir su rol madre—, las del arte —Frida Kahlo—, y sigue, sigue, sigue.

El testimonio de Giguère ha sido una de las cosas más duras que he leído últimamente, pero qué suerte que además de refugio la literatura sirva para darnos cuenta de que las experiencias son múltiples, diversas, de que quizá lo más cruel de la vida es ver cómo sigue girando aunque nosotros nos hayamos tenido que parar forzosamente. Si leo es por y para esto: aprender, empatizar, conocer, encontrar las palabras.