Lecciones de química

Ser homosexual no tiene nada de malo; es algo completamente normal, un hecho biológico básico. No concibo que la gente no lo sepa. ¿Es que ya nadie lee a Margaret Mead?

Una cosa era ser brillante, pero ser brillante sin haber gozado de oportunidades en la vida era todo un triunfo. Si Mozart hubiese nacido en el seno de una familia humilde de Bombay en lugar de en una familia acomodada de Salzburgo, ¿acaso habría compuesto la Sinfonía n.º 36 en do mayor? Desde luego que no.

Pero no, las mujeres se quedan en casa, criando niños y limpiando alfombras. Esclavitud legalizada. Ni siquiera a las que quieren dedicarse a sus labores se les reconoce en absoluto su trabajo. Los hombres parecen pensar que la decisión más importante de la típica madre con cinco criaturas es escoger de qué color se va a pintar las uñas.

Elizabeth se imaginó viviendo en una sociedad así. En un lugar donde nadie la confundiera automáticamente con una secretaria; un lugar en el que, al presentar los resultados de sus investigaciones en una reunión, no tuviera que lidiar con hombres que no dejaban de hablar entre sí sin prestarle atención, o peor aún, que se atribuyeran los méritos de su trabajo.

Elizabeth también albergaba rencores. Los suyos, sin embargo, se dirigían fundamentalmente contra una sociedad patriarcal basada en el principio de que la mujer era un ser inferior. Inferior en capacidad. En inteligencia. En inventiva. Una sociedad donde se suponía que los hombres trabajaban y hacían cosas importantes y las mujeres se quedaban en casa al cuidado de los niños.

Como a tantas personalidades brillantes, a Calvin le desesperaba la ignorancia.

Elizabeth Zott, en otro tiempo investigadora química, era una mujer con una tez impecable y el porte inconfundible de una persona que ni era ni sería nunca mediocre.

«Participa en los deportes durante el recreo, pero no dejes que los niños ganen porque sí»

«No son imaginaciones tuyas: la mayoría de la gente es horrible».

—¿Un lápiz en lugar de un bolígrafo? Porque a diferencia de la tinta el grafito se puede borrar. Todos cometemos errores, señor Roth. El lápiz nos permite corregirlos y seguir adelante. Los científicos damos por sentado que el error existe, razón por la cual aceptamos el fracaso.

—El embarazo es un estado natural de la mujer. No es ninguna vergüenza. Es el comienzo de todo ser humano.