Lecciones de química

Nunca he entendido que en este país las mujeres casadas tengan que renunciar a sus apellidos y abandonarlos como si fueran coches usados, como si su identidad anterior no hubiera sido más que un rótulo y no llegaran a ser personas de verdad hasta haberse casado. Señora Dickman para los restos. Una cadena perpetua.

Pedirles a ustedes que se tomen un momento y se entreguen de nuevo. Desafíense a sí mismas.

Y eso era tremendo, porque Seisymedia no podía transmitirle ninguna esperanza de futuro con esas palabras. Además, aunque hubiese aprendido todas y cada una de las palabras de la lengua inglesa, seguiría sin tener ni idea de qué decir. Porque ¿qué se dice a alguien que lo ha perdido todo?

Elizabeth Zott, en otro tiempo investigadora química, era una mujer con una tez impecable y el porte inconfundible de una persona que ni era ni sería nunca mediocre.

No son imaginaciones tuyas: la mayoría de la gente es horrible.

Dios era muy amigo de cruces, y procuraba que todo el mundo cargara con una.

La sangre no lleva a hacer esas cosas. Por cierto, quería preguntarle: ¿a qué se debe que tanta gente crea en unos textos escritos milenios atrás? ¿Y por qué parece que cuanto más sobrenatural, indemostrable, improbable y antediluviano sea el origen de esos escritos, más gente crea en ellos?

—¿Un lápiz en lugar de un bolígrafo? Porque a diferencia de la tinta el grafito se puede borrar. Todos cometemos errores, señor Roth. El lápiz nos permite corregirlos y seguir adelante. Los científicos damos por sentado que el error existe, razón por la cual aceptamos el fracaso.

Cuando las cosas parecen demasiado buenas para ser verdad, probablemente lo sean.

Si hay algo que he aprendido en la vida, Calvin, es que la gente siempre anhela que le resuelvan de forma sencilla la complejidad de sus problemas. Es mucho más fácil tener fe en algo que no se puede ver, tocar, explicar o cambiar que en algo que de hecho sí puedes.