Todos los niños del pueblo eran muy amigos míos, y como mi casa es grandota y tenía amplias cámaras se venían conmigo a jugar los días que no había escuela… A todos ellos les daba mucha vergüenza mi madre y cuando entraban corrían a esconderse en la escalera para que no los viese. Muchos iban cubiertos de harapos y éstos eran los más nobles y dulces… Había uno, sobre todo, que apodaban “el Morito” por lo negro de su piel, que era bondadoso y apacible en extremo. No hablaba sino cuando le preguntaban y se prestaba gustoso a ponerse de burro y dejaba que le pusiéramos un bocado viejo que había servido a un caballo de mi abuelo. En sus ojos tenía una dulzura profunda y siempre reía amable aún a los que le ofendían… Pero era fuerte y valiente, eso sí. Un día que oyó criticar a su madre, que era una mujer amante de todos los gañanes, dejó señalada su fuerte manita en el rostro de él que habló mal… A mí me daba gran lástima verlo con los codos al aire y siempre descalzo en invierno y en verano casi siempre sin haber comido. Yo le preguntaba: “Morito, ¿no tienes frío?”, y él respondía muy formal: “Ca, si tengo el cuerpo de “jierro” y los pies como las patas de los caballos…”. Mi madre se compadecía y le daba las ropas que a mí no me servían y su madre era tan desastrada que no se las achicaba. Como por todas partes les sobraba tela y era tan delgado, parecía un espantapájaros. Los demás eran niños iguales que yo y sus trajes, aunque pobres y haraposos, en su mayoría los tenían conformes y aseados. Cuando llegaban me decían: “Vámonos a tus cámaras.” Yo pedía permiso y subíamos a los pisos altos trotando y moviendo enorme griterío… Las cámaras eran unas habitaciones en que se guardaban aperos de labranza y se ponían a secar las frutas. Tenían ventanas que daban al corral, por las que entraban el clo clo de las gallinas y el grito estridente de los pavos reales… Los chiquillos se hartaban de frutas ansiosamente chorreando el caldo por sus barbas y manchando sus vestidos. El Morito comía con los ojos muy abiertos y atropelladamente, como de tener mucha hambre, y se tragaba los huesos de las ciruelas y los melocotones…
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