La verdadera historia de Jack el Destripador

Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara el trabajo en las tabernas. Allí era donde solía ir a beber unas copas, y desde las barras de esos antros escudriñaba a las prostitutas. Cuando las mujeres se marchaban con algún cliente las acechaba sigilosamente, y aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a oponerle resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les cercenaba la garganta.
Esta noche no sería la excepción - pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro

Se vistió muy despacio con elegantes ropas oscuras: pantalón, camisa y saco negro, y corbatín de seda gris. Por último, tras echar encima de sus hombros una amplia capa, se cubrió la testa con su sombrero de copa favorito.

Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para los habitantes de Londres. Y no porque la niebla y el frío resultasen más agobiantes que de costumbre, pues al mal clima los ciudadanos británicos estaban acostumbrados.

Cuando la mujeres se marchaban con algún cliente las acechaba sigilogamente, y aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a oponerle resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les cercenaba la garganta. Esta noche no sería la excepción -pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro.

Esperaba que la ausencia de luz no perjudicara el trabajo en las tabernas. Allí era donde solía ir a beber unas copas, y desde las barras de esos antros escudriñaba a las prostitutas. Cuando las mujeres se marchaban con algún cliente las acechaba sigilosamente, y aguardaba que el ocasional compañero de aquellas se retirase. Instantes después, por sorpresa, sin darles tiempo a oponerle resistencia, se abalanzaba sobre ellas y les cercenaba la garganta.
Esta noche no sería la excepción - pensó, y una cruel sonrisa se dibujó en su rostro.

Aquel otoño de 1888 había sido espantoso para los habitantes de Londres. Y no porque la niebla y el frío resultasen más agobiantes que de costumbre, pues al mal clima los ciudadanos británicos estaban acostumbrados.
Se vistió muy despacio con elegantes ropas oscuras: pantalón, camisa y saco negro, y corbatín de seda gris. Por último, tras echar encima de sus hombros una amplia capa, se cubrió la testa con su sombrero de copa favorito.

Siempre resultaba bueno sentirse distendido en aquellas noches cuando se aprestaba a salir a "trabajar" provisto de sus filosos cuchillos. Consideraba cosa positiva la adrenalina que le corría al oír los gritos de sus víctimas y mientras emprendía la huida por las estrechas callejuelas burlando a los estúpidos policías. No obstante, sabía que soportar mucha tensión nerviosa era malo para su salud.