Nunca supe demasiado de mi padre. No me molesté en conocerle. A un padre no se le conoce, más que nada porque no se le tiene que conocer. Se exhibe y desparrama en todo su esplendor. Un padre no es una persona. Es una presencia constante, como un aparador o una mesa camilla que viene de familia, que hemos
heredado generación tras generación. A un padre no se le
preguntan cuáles son sus anhelos e ilusiones, qué extraña o qué le sobra, qué le parece su familia, sus hijos, si está contento con su vida, si teme a la muerte, qué sintió cuando le fallaron sus amigos...