Cuando se muere, la gente es mucho más agradable.
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Cuando se muere, la gente es mucho más agradable.
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Bonaventure parece un templo antiguo, pero no abandoando. Un templo del blosque que recibe visitas espaciadas, pero devotas, visitas que limpian las escaleras y los mármoles, que plantan nuevas azaleas y cierran los ojos ante el brillo del sol sobre el río.
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—Bueno, es una funeraria. Desde la ventana de nuestro cuarto podemos ver si los empleados suben o bajan las escaleras. Y, sin embargo, no tengo un solo fantasma en casa. Ni uno. —Lo siento mucho —le digo. |
Cada país es un gran cementerio y en casi todos, de una u otra manera, todo de echa a perder, tarde o temprano. En diferentes momentos, con idas y vueltas. Pero estamos acá para morir y, ¡si tenemos suerte!, para que los vivos nos entierren. Para tener una tumba.
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Qué hermosos son los cementerios, pienso mientras miro por la ventanilla el cielo gris. Mi amiga Patricia duerme a mi lado. “Donde se pueda leer su epitafio”. Donde quedan el nombre y la fecha, una voz que dice: estuve, fui.
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.