un rostro moreno, definitivo, surcado por la vida. Ojos negros, con el brillo añejo de las lágrimas de la infancia, cansados de ver vidas ajenas y el inevitable morir de la ciudad. Ojos hechos para paisajes otoñales y la estrecha luz de bares turbios. Labios dispuestos para el gesto tímido de una sonrisa, besos apasionados o un cigarrillo. Dientes firmes, pero habitualmente ocultos por la falta de entusiasmo. Un mentón que conserva entre sus recuerdos más golpes que caricias. Ese soy yo.(página 211)
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