Solía contarle mis sueños a John, no para entenderlos sino para deshacerme de ellos.
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Solía contarle mis sueños a John, no para entenderlos sino para deshacerme de ellos.
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La vida cambia deprisa. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba. |
Por supuesto sabía que John había muerto. Por supuesto ya había comunicado la noticia a su hermano, a mi hermano y al marido de Quintana. 'The New York Times' lo sabía. 'Los Ángeles Times' lo sabía. Sin embargo, yo no estaba preparada en modo alguno para aceptar la noticia como algo definitivo: en algún plano de mi conciencia creía que lo que había sucedido era reversible.
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La gente que ha perdido a un ser querido parece desnuda porque se cree a sí misma invisible. Yo también me sentí invisible durante una época, incorpórea. Me daba la impresión de haber cruzado uno de aquellos ríos legendarios que separaban a los vivos de los muertos, de haber entrado en un lugar en el que solo me podían ver quienes también habían perdido hacía poco a un ser amado (78).
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Sé por qué intentamos mantener con vida a los muertos: intentamos mantenerlos con vida para tenerlos con nosotros. También sé que si queremos seguir vivos llega un momento en que tenemos que dejar ir a los muertos, dejarlos ir, dejarlos muertos. Dejar que se conviertan en la fotografía de la mesa. Dejar que se conviertan en el nombre de las cuentas fiduciarias. Dejar que se los lleve el agua. Saber esto no hace que me resulte más fácil dejar que se lo lleve el agua. |
La locura se está alejando, pero no hay ninguna claridad que venga a ocupar su lugar.
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Sé por qué intentamos mantener con vida a los muertos; intentamos mantenerlos con vida para tenerlos con nosotros. También sé que si queremos seguir vivos llega un momento en que tenemos que dejar ir a los muertos, dejarlos ir, dejarlos muertos. Dejar que se conviertan en la fotografía de la mesa. Dejar que se conviertan en el nombre de las cuentas fiduciarias. Dejar que se los lleve el agua.
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La muerte no escribía dejando poca marca, no escribía a lápiz. (153)
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La ausencia interminable que vendrá después, el vacío, que es justamente lo contrario del sentido, la sucesión implacable de momentos durante los cuales afrontaremos la experiencia del sinsentido mismo.
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El año del pensamiento mágico nos presenta de cara al duelo de Joan, quien ha perdido a su esposo. Su viaje desde el shock del primer momento hasta el recuerdo de aquella situación un año después es relatado desde la perspectiva de la propia Joan. Para aquellas personas que quieren saber sobre duelo sin introducirse en el conocimiento psicológico creo que este libro es un buen comienzo. Si bien mucho de su contenido es una especie de "diario íntimo" en el que la autora descarga las cosas que le suceden sean relacionadas, o no, al proceso interno que atraviesa, en los momentos donde se abre en canal y deja salir las emociones nos presenta una vivencia con la cual muchos nos podemos sentir identificados. Joan no juzga lo que siente ni lo analiza demasiado, lo expresa y lo deja plasmado de una forma fácil de leer aunque dura y cruda por momentos. También nos puede aportar alguna que otra lectura recomendada y sobre todo, y lo más valioso en ese aspecto, es el demandar que se escriba más sobre el tema ya que es verdaderamente escaso el material. Creo que todos deberíamos leer este tipo de libros, por más grandes o pequeñas que hayan sido nuestras pérdidas. + Leer más |
La leyenda de Sleepy Hollow es un relato corto de terror y romanticismo, se desarrolla en los alrededores de...