La (des)enseñanza de Cameron Post

-Su padre no lo ve de ese modo. Él cree absolutamente, con cada parte de su ser, que lo que hace es el único modo de salvar a su hijo de la condena eterna. De las profundidades ardientes del Infierno. Cree eso con fervor.
- Sí, bueno, ¿por qué mejor no salvarlo del presente? ¿Qué hay del infierno de pensar que es mejor cortarte las malditas pelotas en vez de permitir que tu cuerpo de algún modo traicione tu estúpido y jodido sistema de creencias?

Me dije a mí misma que no creía nada de esa mierda, pero allí estaba, y me la repetían día tras día tras día. Y cuando estás rodeado de un grupo que en su mayoría son extraños experimentando lo mismo, incapaz de llamar a casa, amarrado a la rutina en tierras ganaderas a kilómetros de distancia de cualquier persona que te hubiera conocido antes, que fuera capaz de reconocer tu yo verdadero si le decías que recordabas quién eras, es como no ser real en absoluto. Es una vida de plástico. Es vivir en un diorama. Es vivir la vida de uno de esos insectos prehistóricos encerrados en ámbar: suspendidos, paralizados, muertos pero sin estarlo; no lo sabes con certeza.

-Uno de los primeros pasos más importantes es que dejes de pensar en ti como homosexual. No existe tal cosa. No hagas que tu pecado sea especial.
En mi cabeza, Lindsey dijo: Qué curioso, mi pecado parece jodidamente especial considerando que han construido un lugar de tratamiento exclusivo para lidiar con él.

-El pecado es pecado. -Ella parecía satisfecha con eso, así que lo dijo de nuevo-. El pecado es pecado. Solo que tu lucha es contra el pecado de la atracción hacia el mismo sexo.
Podía escuchar en mi cabeza a Lindsey diciendo que respondiera: ¿En serio? Bueno, si la homosexualidad es igual al pecado del asesinato, entonces, ¿quién muere exactamente cuando los homosexuales se reúnen a pecar?

Solo vemos un octavo de la masa total del iceberg sobre la superficie del agua. Por ese motivo, a veces los barcos tienen problemas, porque la tripulación cree que lo que ven en el agua parece bastante insignificante, manejable, pero no están preparados para lidiar con todo el hielo debajo de la superficie.

RUTH: Sé que has leído el manual, Cammie; te vi. Dice que debes entrar en Promesa de Dios con un corazón dispuesto a aprender si quieres que esto funcione.
YO: Quizá no tenga corazón, ni esté dispuesta a aprender nada.
RUTH: ¿No quieres que funcione? Pues no comprendo por qué alguien querría permanecer así su supiera que puede cambiar.
YO: ¿Permanecer cómo?
RUTH: Ya sabes cómo.
YO: No, no lo sé. Dilo.
RUTH: Permanecer en una vida de deseos pecaminosos.
YO: ¿Entra en la misma categoría que el sexo fuera del matrimonio?
RUTH (pausa larga): ¿Qué se supone que significa eso?
YO: Eso me pregunto yo.

Si había algo que alquilar todas esas películas me había enseñado, además de cómo perderme en ellas, era que en l vida real solo tienes momentos como esos, ínfimos, perfectos y profundos si los reconoces cuando ocurren, si haces el trabajo elaborado de grabación y edición en tu cabeza, generalmente en los mismos segundos en que está ocurriendo lo que está ocurriendo. E incluso si logras hacerlo, la persona que está contigo en ese instante casi nunca experimenta exactamente el mismo tipo de momento, y es imposible de explicar mientras sucede y luego el momento termina.

¿Cómo podía fingir que era una víctima cuando estaba tan dispuesta a pecar?

¿Cómo era posible que le creyera a Lindsey cuando me decía que dos mujeres podían vivir juntas como hombre y mujer e incluso ser aceptadas, cuando el pastor Crawford hablaba con mucha autoridad sobre la perversión maligna de la homosexualidad?

Y aunque había visto a chicas de nuestra edad tomadas de la mano o caminando con los brazos entrelazados, y era probable que algunas de esas chicas hubieran practicado darse besos entre sí, sabía que lo que habíamos hecho en el granero era diferente. Algo más serio, más adulto, como Irene había dicho. No nos habíamos besado solo para practicar. No de verdad. Al menos, eso creía.