Algo más que una dama

—Cada vez que creo que he llegado a conocerte, me sorprendes. Eres como una de esas pinturas que cada vez que miras descubres algo nuevo, un color distinto, un matiz diferente que te hace verla desde otra perspectiva.

(…) Le pareció que volvía a estar en Roma, contemplando uno de los hermosos retratos de la diosa Venus que los pintores italianos del renacimiento habían inmortalizado en sus obras. Solo que ella era real, su diosa del amor.

(…) Creo que el amor es el verdadero motor de la vida. Si amas, vives de verdad.

(…) En ese momento comprendió que solo el amor daba verdadero sentido a la vida, porque cuando la belleza y la juventud se marchitasen, cuando el cuerpo y la mente se fuesen consumiendo desterrando las habilidades y capacidades de la mocedad, si había amor, aún quedarían las miradas colmadas de ternura y un hombro sobre el que acurrucarse junto al calor de la chimenea en las frías tardes de invierno.

(…) es mujer le pertenecía. No importaba cuánto deseara negarlo, cuánto quisiera alejarse, siempre volvería a ella, porque su corazón la reclamaba como una parte de sí mismo. Sin ella estaba hueco, vacío.

(…) El arte creado por una mujer tiene corazón, tiene sensibilidad, tiene vida, porque nosotras, señor mío, al contrario que los hombres, somos capaces de percibir los detalles —concluyó arrebatada.

-Creo que el amor es el verdadero motor de la vida. Si amas, vives de verdad.

Cada vez que creo que he llegado a conocerte, me sorprendes. Eres como una de esas pinturas que cada vez que la miras descubres algo nuevo, un color distinto, un matiz diferente que te hacer verla desde otra perspectiva.

Había vivido toda su existencia sin amor, en ese instante bien podía morir por amor, porque de nada le valdría seguir respirando si ella no estaba a su lado.

Arabella le pertenecía. Ella era la única dueña de su corazón, la que tenía la llave de su felicidad. Sabía que su vida estaría vacía si ella no se hallaba a su lado.