Que el amor es lo eterno y no lo amado Para que sea perdido, Para que sea ganado Por su pasión, un riesgo Donde el que más arriesga es que más ama. |
Que el amor es lo eterno y no lo amado Para que sea perdido, Para que sea ganado Por su pasión, un riesgo Donde el que más arriesga es que más ama. |
Mas no conocemos los recursos vitales de que podemos disponer sino cuando la ocasión nos pone a prueba.
|
La poesía Para tu siervo el sino le escogiera, Y absorto y entregado, el niño ¿Qué podía hacer sino seguirte? El mozo luego, enamorado, conocía Tu poder sobre él, y lo ha servido Como a nada en la vida, contra todo. Pero el hombre algún día, al preguntarse: La servidumbre larga qué le ha deparado, Su libertad envidió a uno, a otro su fortuna. Y quiso ser él mismo, no servirte Más, y vivir para sí, entre los hombres. Tú le dejaste, como a un niño, a su capricho. Pero después, pobre sin ti de todo, A tu voz que llamaba, o al sueño de ella, Vivo en su servidumbre respondió: «Señora.» De: Con las horas contadas, 1950-1956 |
Epílogo (Poemas para un cuerpo) Playa de la Roqueta: Sobre la piedra, contra la nube, Entre los aires estás, conmigo Que invisible respiro amor en torno tuyo. Mas no eres tú, sino tu imagen. Tu imagen de hace años, Hermosa como siempre, sobre el papel, hablándome, Aunque tan lejos yo, de ti tan lejos hoy En tiempo y en espacio. Pero en olvido no, porque al mirarla, Al contemplar tu imagen de aquel tiempo, Dentro de mí la hallo y lo revivo. Tu gracia y tu sonrisa, Compañeras en días a la distancia, vuelven Poderosas a mí, ahora que estoy, Como otras tantas veces Antes de conocerte, solo. Un plazo fijo tuvo Nuestro conocimiento y trato, como todo En la vida, y un día, uno cualquiera, Sin causa ni pretexto aparente, Nos dejamos de ver. ¿Lo presentiste? Yo sí, que siempre estuve presintiéndolo. La tentación me ronda De pensar, ¿para qué todo aquello: El tormento de amar, antiguo como el mundo, Que unos pocos instantes rescatar consiguen? Trabajos del amor perdidos. No. No reniegues de aquello, Al amor no perjures. Todo estuvo pagado, sí, todo bien pagado, Pero valió la pena. La pena del trabajo De amor, que a pensar ibas hoy perdido. En la hora de la muerte (Si puede el hombre para ella Hacer presagios, cálculos), Tu imagen a mi lado Acaso me sonría como hoy me ha sonreído, Iluminando este existir oscuro y apartado Con el amor, única luz del mundo. De: Desolación de la quimera, 1956-1962 + Leer más |
Para unos vivir es pisar cristales con los pies desnudos; para otros vivir es mirar el sol frente a frente. |
Antes de comenzar la guerra estaba yo para marchar a París, como secretario del embajador don Álvaro de Albornoz, además de su otro secretario, que era su hija, mi amiga Concha de Albornoz. Los acontecimientos precipitaron mi marcha y, no sin alguna posibilidad de que me ocurriera un lance que pudo poner término a mi viaje y a mi existencia, cosa entonces frecuente, llegué a París, donde estuve desde julio a septiembre. Entre los libros que compré entonces estaba la Antología Griega, texto griego y traducción francesa, editada en la colección Guillaume Budé. Menciono su adquisición porque esos breves poemas, en su concisión maravillosa y penetrante, fueron siempre estímulo y ejemplo para mí. De: Historial de un libro, 1958 |
Por idénticas fechas, sobre todo, comencé a leer a André Gide, del cual Salinas me dejó primero, no sé si sus Prétextes o sus Nouveaux Prétextes, y luego sus Morceaux Choisis. Me figuro que Salinas no podía suponer que con esa lectura me abría el camino para resolver, o para reconciliarme, con un problema vital mío decisivo. De mi deuda para con Gide algo puede entreverse en el estudio que sobre su obra escribí entre 1945 y 1946. La sorpresa, el deslumbramiento que suscitaron en mí muchos de los Morceaux, no podría olvidarlos nunca; allí conocí a Lafcadio, y quedé enamorado de su juventud, de su gracia, de su libertad, de su osadía. No creo que los pocos versos que escribí en 1951 (In Memoriam A. G.), al morir André Gide, puedan dar al lector cuenta bastante de cuanto significó su obra en mi vida. De: Historial de un libro, 1958 |
Esa tierra ardida que te hizo y deshace.
|
Todo el horror humano que salva la hermosura.
|
La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza y, aunque me haya equivocado en esa creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos. Luis Cernuda, Historial de un libro, 1958 |
Gregorio Samsa es un ...