La realidad y el deseo de Luis Cernuda
Por idénticas fechas, sobre todo, comencé a leer a André Gide, del cual Salinas me dejó primero, no sé si sus Prétextes o sus Nouveaux Prétextes, y luego sus Morceaux Choisis. Me figuro que Salinas no podía suponer que con esa lectura me abría el camino para resolver, o para reconciliarme, con un problema vital mío decisivo. De mi deuda para con Gide algo puede entreverse en el estudio que sobre su obra escribí entre 1945 y 1946. La sorpresa, el deslumbramiento que suscitaron en mí muchos de los Morceaux, no podría olvidarlos nunca; allí conocí a Lafcadio, y quedé enamorado de su juventud, de su gracia, de su libertad, de su osadía. No creo que los pocos versos que escribí en 1951 (In Memoriam A. G.), al morir André Gide, puedan dar al lector cuenta bastante de cuanto significó su obra en mi vida. De: Historial de un libro, 1958 |