Cuadros de costumbres

Selección de algunos cuadros de costumbres de Fernán precedidos de un prólogo iluminador de José Hasse.
«Simón Verde» llamado Cuadro de costumbres es más bien la historia de un santo Job al estilo de Fernán. Es una novela corta edificante y evangélica salpimentada de refranes y cantos populares que le dan un encanto especial. Abusa quizá de las descripciones y las digresiones. La propia Fernán llega a decir: «Volvamos a la narración, puesto que nos echan en cara nuestras digresiones. ¡A narrar, a narrar! ¡Al sembrado y a sembrar patatas! Las digresiones están de más, que también en literatura hay hombres positivos. ¡Digresiones! ¡Pues no es nada! La prosa se escandaliza, la narración se indigna, el verso grita: ¡usurpación! El tiempo pide estrecha cuenta; el interés reniega de esos jaramagos parásitos y la atención dice que no quiere vagar como un papanatas, sino que quiere caminos de hierro para estar al nivel de los adelantos de la época. ¡A tus agujas, sastre!».
«Obrar bien…, que Dios es Dios» es un cuentecillo moralista y religioso, como casi todos los de la autora, que refiere una anécdota curiosa: el violento seductor frustrado que trata de vengarse del cura y desiste de su crimen ante el aspecto sereno, calmado y digno del religioso. La moraleja está en el título: hay que obrar bien, sin temer las consecuencias: Dios es Dios. Curioso el cuento infantil que intercala: El Carlanco. Tiene también moraleja implícita: haz bien sin mirar a quien.
«El dolor es una agonía sin muerte» nos cuenta la agonía de una madre cuyo hijo es llamado a quintas (entonces eran seis años de servicio militar) para la guerra del norte (carlista). La madre muere justo cuando acaba esa agonía, cuando se reencuentra con su hijo sano y salvo. Intercala sin venir muy a cuento un alegato de defensa de los animales, tema que obsesionaba a Doña Cecilia. También incluye un hermoso romance popular sobre la muerte de un soldado en la guerra (que comparte el nombre —Sebastián—, la patria chica —Utrera—y el nombre de la madre —Consuelo— con el del cuento): «Compañeritos del alma, / soy de Utrera natural, / decidle a mi padre y madre / si alguna vez vais allá, / que recen un Padrenuestro por su hijo Sebastián, / que en el campo de batalla / queda su sangre regá: / que ha muerto como cristiano, / solito en un hospital.»
«La noche de Navidad» es un entrañable cuento con fondo moral y religioso. Tiene un paralelismo con la efeméride. La protagonista recoge a un niño de dos años abandonado en la puerta de su casa la misma Noche de Navidad.
«El día de Reyes» es continuación del anterior. Han pasado seis años. Aparece en la Iglesia el padre biológico del niño que para conseguir la custodia ofrece a la madre adoptiva (Beatriz que era viuda cuarentona aunque de buen ver) casarse con ella. Resulta que el referido padre es a la vez hijo de la tía Pavona, ama de llaves o algo así de la viuda Beatriz, con lo que el círculo de la felicidad se cierra. La tía Pavona y la tía Beatriz son presentadas de la siguiente manera: «La tía Beatriz era una viuda sin hijos, de buena edad y mejores proporciones, muy buena, muy primorosa, muy caritativa y muy dada a las cosas devotas. Vivía sola con una vieja que le servía de moza; esta vieja, que tenía un genio de vinagre no aguado, se llamaba la tía Pavona porque su marido había tenido por nombre el tío Pavón; como la lengua española marca clara y perentoriamente los géneros femeninos y masculinos con la a y la o, habíanla colocado una a al fin del apellido para significar con este distintivo que la persona así nombrada pertenecía al bello sexo, terriblemente degenerado en esta ocasión, porque la tía Pavona, que era chica, delgada, apergaminada, bisoja y negra como un cisco, podía darle un susto al miedo». Fernán no es muy caritativa con la pobre tía Pavona.