Diciendo esto, doña Flora desarrollaba ante mis ojos en toda su magnificencia extensión el panorama de gestos guiños, saladas muecas, preciosos mohínes, arqueos de cejas, repulgos de labios y demás signos del lenguaje mudo que en su arrebolado y con cien menjurjes albardado rostro servía para dar mayor fuerza a la palabra.
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