O lo uno o lo otro

Resultó que escribir sobre lo que ya te rondaba por la cabeza no era creativo, por lo visto ni siquiera era escribir de verdad. Obsesionarte con tu propia experiencia vital era infantil, egotista, antiartístico y digno de desdén.

Tenía la sensación de que mis ojos se habían secado por completo a nivel fisiológico. Antes creía que primero llegaba la tristeza y después las lágrimas como resultado, pero la realidad era mucho más complicada, porque cuando las lágrimas dejaban de brotar, la tristeza de algún modo tocaba fondo y se convertía en algo trivial.

Al final, llegué a la conclusión de que la explicación más plausible era que la mayoría de gente en este mundo no era consciente de que podía optar por no tener hijos. O eso, o tenían tan poca imaginación que no eran capaces de pensar en otra cosa que hacer, o estaban demasiado machacados como para hacer nada más. Ese fue uno de los motivos importantes por lo que quise estudiar en Harvard: estaba segura de que estaría lleno de gente privilegiada, con iniciativa y agallas, que tendría un plan mejor para su vida del que podría aprender. Fue una gran decepción descubrir que, incluso en Harvard, el plan de la mayoría era tener hijos y amasar dinero para ellos. Hablabas con alguien que parecía ver el mundo como un lugar por el que moverse con libertad y en el que intercambiar ideas, y resultaba que tenía muchísima prisa por hacer todas las cosas interesantes mientras todavía era joven.

Empezaba a pensar que a la hora de tener relaciones sexuales había confundido una medida de emergencia con una política sostenible. Pero la emergencia había sido la infancia en sí misma, y el sexo era lo que te convertía en alguien que dejaba atrás esa etapa. Era lo que clausuraba tu infancia.

¿Cuál era la peor crueldad: la personal o la política? Según Svetlana, la política: anular la personalidad de las personas y convertirlas en un simple número. A mí me parecía que era igual de atroz que te atormentara hasta matarte un pariente o un casero como que te pegaran un tiro en un campo de exterminio.

Había algo en esa escena que me llevó a preguntarme si ese poema, y todos los demás poemas, y el resto del periódico, y probablemente otros periódicos, eran una expresión de sufrimiento que resultaba obsceno imprimir, publicar, distribuir y leer. Bueno, pensé, de eso se trata: no hay que escribir un grito de sufrimiento en crudo. Sería aburrido y autoindulgente. Tienes que disfrazarlo, transformarlo en arte. En eso consistía la literatura. Eso era lo que requería talento y hacía que a la gente le entraran ganas de leer lo que habías escrito, y eso te hacía ganar dinero.

Aun así, la idea de una vida consagrada a la estética me pareció muy cautivadora. Era la primera vez que oía hablar de un principio organizador o meta en la vida que no fuera ganar dinero o tener hijos. Nadie admitía que esos eran sus principios organizadores, pero me había percatado a menudo en mi adolescencia: los adultos actuaban como si intentar alcanzar una meta o llevar a cabo algo personal fuera un sueño frívolo, un lujo, comparado con el verdadero trabajo de tener hijos y ganar dinero para pagar los gastos generados por esos hijos.

¿Por qué las diferentes ramas de la literatura estaban organizadas según la localización geográfica y el idioma, mientras que las ciencias se organizaban en función de su nivel de abstracción, o por la magnitud del objeto de su estudio? ¿Por qué la literatura no se clasificaba en función del número de palabras? ¿Por qué la ciencia no estaba organizada por países? ¿Por qué la religión tenía su propio departamento en lugar de formar parte del de filosofía o antropología? ¿Qué es lo que convertía a algo en una religión y no una filosofía? ¿Por qué la historia de los pueblos no industrializados formaba parte del programa de antropología y no del de historia? ¿Por qué los temas más relevantes se abordaban solo de forma tangencial? ¿Por qué no había un departamento dedicado al amor?