Era natural que en mi casa resultara muy difícil, por no decir imposible, discernir entre hechos y fantasías. Había preguntas que siempre quedaban sin respuesta, saltos temporales y sucesos inexplicables, de los que apenas se hablaba, perdidos en los laberintos de unos recuerdos contradictorios. También teníamos secretos guardados bajo siete llaves. Y lo demás, lo que era sabido, se transformaba inmediatamente en un material literario que quedaba sujeto a todo tipo de elaboraciones poco fiables. Aunque no siempre era así. A veces, pocas, alguien decía una verdad que por la fuerza de la costumbre se tomaba como una mentira, lo cual añadía más confusión al caos.