Las residencias de juego siempre le dieron escalofríos. Aquellos edificios estaban repletos de seres humanos que entraban pero nunca salían. La ceniza resultante de incinerar sus cuerpos se tiraba por el desagüe. Resultaba más barato y cómodo. No se engañaba, sabía que ella, algún día, también terminaría en un lugar como aquel. Una torre gigantesca bajo tierra, como un aparcamiento de larga permanencia para seres humanos que ya no quieren seguir siéndolo en la realidad.
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