Nadie puede volar

En mi mundo, todos los discapacitados son diferentes –diferentes a causa de factores físicos, como lo ciegos y los sordos, o psíquicos, como los retrasados mentales--, y todos los diferentes forman parte de nuestra normalidad, nunca deben ser marginados.

Tendemos instintivamente a ver a los discapacitados como víctimas fáciles de malos tratos porque les resulta difícil o imposible reaccionar. En ocasiones es verdad, pero no siempre: los discapacitados son seres humanos.

El estereotipo de la «tiranía del minusválido» no se corresponde con la realidad: ni todos los minusválidos son tiranos, ni todos los «válidos» no lo son. Pero tampoco es verdad lo contrario, es decir, no todos los minusválidos son buenos e inofensivos.

Para mejorar la vida de los discapacitados, y la de nosotros, los «capacitados», y vivir juntos afrontando las dificultades —suyas y nuestras—, ante todo debemos conocernos y aprender a aceptarnos. Buenos y malos, sanos y enfermos, inteligentes y no inteligentes.

La enfermedad no nos había destrozado la vida [...] Era como un dique que nos hubiera forzado a desviarnos bruscamente del camino, antes cómodo y sin obstáculos. La esperanza y las ganas de vivir no nos habían abandonado.

De la misma manera que no podemos volar, George no podría caminar, lo cual no le impediría disfrutar de la vida de otra forma [...] En la vida hay algo más que volar, y quizá también que caminar. Encontraríamos ese algo más.

Para mí, «nacionalidad» es una palabra, una etiqueta, pero no tiene el poder de conseguir que una persona se sienta, piense o se comporte de un modo y no de otro.

Los padres más entregados también necesitan tiempo para sí mismos, para mimarse y sentirse libres, para vivir al menos un poco su propia vida.

Si me hubiese quedado en casa por temor a ser estigmatizado socialmente, nunca habría encontrado lo que a mí me gusta llamar ben-igma, su opuesto, ese sentimiento casi universal de nuestra especie que nos impele a ayudar a los que son menos afortunados, como una empatía que va más allá de todo interés personal.

Una vez que se admiten los propios límites, la ayuda de los demás se acepta con gusto.