Almendra de Won-Pyung Sohn
La mayoría de las veces era suficiente con que me quedara callado. Si no decía nada cuando estaba enfadado, significaba que era paciente; si no reía cuando los otros lo hacían, era serio y prudente, y si no lloraba cuando debía hacerlo, era fuerte. Sin duda alguna, el silencio valía oro. En compensación, tenía que pronunciar todo el tiempo «gracias» y «perdón», pues eran las dos palabras mágicas que me permitían resolver muchas situaciones incómodas.
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