La tía Clío y la máquina de escribir de Mónica Rodríguez Suárez
A veces se tarda años en comprender qué es de verdad importante para nosotros.
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La tía Clío y la máquina de escribir de Mónica Rodríguez Suárez
A veces se tarda años en comprender qué es de verdad importante para nosotros.
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El hotel de Mónica Rodríguez Suárez
De pequeña viví en un hotel. Fue cuando murió mi padre. Mi madre hizo las maletas y nos subimos a un tren. Salimos de la ciudad que era triste y sin poetas, y el tren la envolvió en una bocanada de humo. Mis hermanos y yo jugábamos por los vagones.Después, el tren se detuvo y vimos al abuelo Aquilino en la estación, tan alto que nos gustó.
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Las cosas de Federico de Mónica Rodríguez Suárez
–Ya sé lo que tienes. –¿Y qué tengo? –Nostalgia, lucero. –Pero sí aún no me he ido. –Pues ya la tienes que de todo te estás despidiendo. |
Las cosas de Federico de Mónica Rodríguez Suárez
A ratos, Federico mira a la niña rubia y la ve absorta, con la boca abierta, conmovida o riendo y se da cuenta de que es la primera vez que escucha su risa. La niña no piensa en su pobreza ni en sus hermanitos muertos. Solo el guiñol existe.
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Las cosas de Federico de Mónica Rodríguez Suárez
[…] martillazos y las voces secas y fuertes de los titiriteros. […] –¿Qué pasa, Quiquito? –pregunta la madre. –Quiero ver esto. –¿El qué? ¿Unos hombres trabajando? –Quiero verlos. –Si solo hacen ruido y atornillan listones y telas. –Mamá, están haciendo el mundo. |
Las cosas de Federico de Mónica Rodríguez Suárez
Piensa en la niña rubia: ella no tiene ningún vestido verde por el que llorar. Solo tiene el que lleva puesto que usa en verano y en invierno, en los entierros y en las fiestas. Cuando lavan la ropa ella y sus hermanos, se quedan dentro de la casa desnudos y ateridos hasta que la ropa se seca. Por un vestido de abrigo qué no daría la niña aunque fuera negro.
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Las cosas de Federico de Mónica Rodríguez Suárez
–¿Quién ha muerto? –pregunta Luisín. –Uno de pobre –dice Carlos. |
Si yo fuera un pingüino de Mónica Rodríguez Suárez
Yo todo lo hacía sin rechistar, para que no pensaran que era un mal amigo. Aunque hablara con Celia. Aunque no sacara buenas notas ni jugara bien al fútbol. Aunque no tuviera una madre actriz y un padre guionista y nunca nadie me fuera a regalar un bulldog francés. Yo era un buen amigo.
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Si yo fuera un pingüino de Mónica Rodríguez Suárez
Me sentí terriblemente humillado. Más que cuando Telmo y Marcelo me obligaron a limpiar el suelo por el que pisaban. Odié a Celia, pero también, de una manera oscura y dolorosa, me alegré de que lo hubiera contado. Como si con esa confesión todos los pájaros negros de la culpa y de la humillación que habitaban en mi interior hubieran echado a volar, aliviándome repentinamente. Es difícil explicarlo. Y sin embargo, en aquel momento, la odiaba por contarlo.
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La casa del tejado rojo de Mónica Rodríguez Suárez
Me quedé en silencio, notando la enormidad del sillón negro donde me hundía. Me sentía tan bien por haberlo contado todo, sin una sola mentira, que me entró mucho sueño. Amelia Tresárboles echó el cuerpo hacia delante. -Daniela, tú no eres mentirosa, eres escritora. |
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Gregorio Samsa es un ...