Días de sangre y resplandor de Laini Taylor
No fue una especie de sorpresa pasajera, ni gratitud momentánea por haberse librado de un hachazo en la cara. Bueno, eso también, pero lo que sintió fue más grande, más intenso. Fue la comprensión –y la carga- de que, al contrario de los muchos que habían muerto por su culpa, él conservaba la vida, y la vida no era un estado por defecto –no estoy muerto, por lo tanto debo estar vivo-, sino un medio. Para la acción, para el esfuerzo. Mientras tuviera vida, él, que la merecía tan poco, la utilizaría, la esgrimiría y haría todo lo que pudiera en su nombre… aunque no fuera suficiente, nunca lo sería.
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