El niño pájaro de Juan Manuel Peñate Rodríguez
El escritor, aquel cuya vocación es auténtica (pues no todos están hechos de la misma madera), es un amante nato de la vida. Con cada historia el escritor empieza a conformar un mundo propio, enriqueciéndolo con más y más detalles, sin darse cuenta de que una vez comenzada la creación no puede parar, pues dicho mundo es infinito y tiene la obligación moral de seguir agrandándolo. El escritor es un coleccionista obstinado, queriendo reunir más y más historias (extensiones de sí mismo) que, incluso después de fallecer, siguen latentes en su corazón, como un dios que es incapaz de resignarse a abandonar su mundo creado sin dejar de seguir desarrollándolo. ¿Para quién seguir escribiendo? Si es un verdadero escritor, para sí mismo. La inmortalidad no se alcanza por la trascendencia del legado que dejas en las siguientes generaciones, no, eso no es más que una frase hecha; la verdadera inmortalidad nace del deseo de seguir creando, tan profundo e inabarcable como la propia imaginación.
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