El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
No sé, no sé nada ya. Estoy terriblemente cansado. Lo mejor es abandonarlo, olvidarlo todo.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
No sé, no sé nada ya. Estoy terriblemente cansado. Lo mejor es abandonarlo, olvidarlo todo.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
¿Por qué, si a pesar de todo insisto en llenar páginas, no hago un esfuerzo por escribir un relato ameno, intrascendente, que guste a los que como yo, hartos del trabajo, hartos de vivir siempre igual, buscamos esos libros sencillos, ligeros, que nos ayudan a olvidarnos de todas nuestras preocupaciones?
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
He llenado páginas y páginas sólo para decir que mi mundo es reducido, plano y gris; que jamás me ha ocurrido nada importante; que mi mediocridad es evidente y total. Y todo esto, ya en conjunto, únicamente para explicar por qué no puedo escribir algo que interese a todos.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Me sentía en culpa, tenía remordimientos y pensaba en los hombres y en su gran soledad. Pensaba que llegamos al mundo solos, terriblemente solos. Pensaba en que si un hombre y una mujer que se aman y se acercan, no sienten que ese instante puede provocar nada menos que un ser, y no pueden acompañar a ese ser ni siquiera con una ráfaga de conciencia, ni de amor, ni de júbilo, ni de ternura, ni de terror, ni de piedad, quiere decir que el hombre nace solo. Y que, igual que nace, permanece y muere solo.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
He visto los árboles en invierno, la época del rigor: troncos escuetos, desnudos, silenciosos. Los he visto en primavera, cubiertos de follaje, rumorosos, llenos de frutos. Pero todo esto, el follaje, el rumor y los frutos, es lo que cae, lo nuevo cada vez, lo inexperto. La real existencia del árbol, su continuidad y sustento, están en el tronco invariable.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
me parece que el hueco que cada hombre deja al morir no puede ser llenado, jamás, por nadie, por ningún otro hombre. Precisamente por eso, la muerte permanece en la vida como una aterradora oquedad.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
No quiero inspirar lástima a nadie; ya es suficiente con la que yo me tengo.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Mi mujer me pregunta por qué en la mañana, cuando despierto, me miro insistentemente las manos. Claro está que no puedo contestarle. ¡Cómo voy a saber lo que hago en ese borde sutil del despertar! Pero a veces también lo hago en plena vigilia, en la oficina, y tampoco puedo explicarlo. Es algo como realizar para mí mismo una identificación, una rápida comprobación de verdadera existencia física. Como si hubiera un grave desajuste entre lo que soy y lo que me representa, y necesitara yo, de pronto, notarme.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
No logré nada. Ésa es la verdad. Ahora no pretendo imaginar, no pretendo inventar. Sólo queda esta atormentada necesidad de escribir algo, que no sé lo que es.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Que no sea un ir poniendo, rellenando, dejando caer, sino un transformar, hasta que sin tema, sin materia, el vacío desaparezca.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Yo pretendo escribir algo que interese a todos. ¿Cómo diría? No usar la voz íntima, sino el gran rumor.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Antes de oír mi respuesta lanza una mirada al cuaderno, casi vacío. ¿Para qué ve el cuaderno? ¿Para qué me pregunta? ¿Cómo voy a contestarle que sí, que estoy rendido, exhausto de no haber escrito una sola línea? ¿Cómo lo va a entender si ella, mientras tanto, ha hecho una serie de cosas rudas; ha caminado por toda la casa, llevando, trayendo, lavando, limpiando…? ¿Cómo va a entender que esas cosas, que se pueden hacer pensando en otras, no agotan como las que no pueden hacerse ni pensando constante, profunda, desgarradoramente en ellas mismas?
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Así, para poder escribir algo, tuve que mentirme: escribo para mí, no para los demás, y por lo tanto puedo relatar lo que quiera: mi madre, mi infancia, mi parque, mi escuela. ¿Es que no puedo recordarlos? Los escribo para mí, para sentirlos cerca otra vez, para poseerlos. El niño, como el hombre, no posee más que aquello que inventa. Usa lo que existe, pero no lo posee. El niño todo lo hace al través de su involuntaria inocencia, como el hombre al través de su congénita ignorancia. La única forma de apoderarnos hondamente de los seres y de las cosas y de los ambientes que usamos es volviendo a ellos por el recuerdo, o inventándolos, al darles un nombre. ¿Qué sabía de mi madre cuando tenía yo nueve años? Que existía, solamente. “Mamá está durmiendo…, mamá ha salido…, mamá se va a enojar…” Éramos entonces demasiado reales, demasiado actuales para poder darnos cuenta de lo que éramos y de cómo éramos.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Hoy descanso. Hoy digo la verdad. No podré escribir jamás. ¿Por qué entonces esta necesidad imperiosa? Si yo lo sé bien: no soy más que un hombre mediano, con limitada capacidad, con una razonable ambición en todos los demás aspectos de la vida. Un hombre común, exactamente eso, un hombre igual a millones y millones de hombres.
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El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Sin embargo yo sentía que estaba en todo mi derecho de prolongarte, de prorrogarte, de imitarte, hasta de calcarte si me daba la gana. Eso era asunto mío. Pero me parecía que ella no tenía derecho a mezclarnos porque al hacerlo yo era el que desaparecía y, no obstante, tú seguías siendo el ausente, el recordado, el insustituible. ¿Comprendes? No era posible tolerar que me tratara como si yo fuera tú, y que te llorara como si tú no fueras yo. Si allí seguías, en mí, era que estabas presente. Entonces, ¿qué ausencia lamentaba? Lógicamente la mía, la de su hijo que se había perdido dentro de ti. ¿No es eso? Pero si yo no había podido sustituirte, si yo no era tú, si yo seguía siendo Yo, ¿por qué me trataba como a ti? De todos modos yo no existía. (LAF) |
El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
(…) tú no sabes lo que es el silencio. No lo has guardado nunca, ni antes ni ahora. Yo sí sé lo que significa el no pronunciar las palabras que me devolverían la vida. Las tengo ensayadas, desesperantemente ensayadas. En el momento en que me decidiera surgirían fluidas y rotundas. Inapelables. Son redondas, pulidas. La frase completa es como una joya. La tengo, es mía. La veo brillar en medio del silencio. Con sólo pronunciarla todo me sería devuelto. Pero allí permanece, al borde de mis labios, como al borde de un río crecido, imposible de cruzar. ¿Sabes lo que es quedarse a la orilla de uno mismo, contemplándose? (LAF) |
El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
No queremos mentiras. Nos fastidia cargar con la pesada desorbitación de un dolor momentáneo. No es que estemos en contra del olvido, no, incluso nos gusta y nos alivia. Pero los que se quedan deberían pensar en lo absurdo que resulta grabar la expresión de un instante en una piedra colocada a perpetuidad sobre una persona condenada a perpetuo silencio. (LAF) |
El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Ninguno de ellos pudo escoger sus monumentos, ni sus inscripciones, ni sus flores. Todo quedó al arbitrio de los deudos que en el primer momento siempre exageran y dejan testimonios de amor y dolor eternos, que al poco tiempo se convierten en la visita anual obligatoria y más tarde en el total abandono. (LAF) |
El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Había cavado un hoyo bastante grande en el centro mismo de la tumba y lo suficientemente amplio como para que tú pudieras salir y yo entrar. Y los dos lo hicimos. (LAF) |
El libro vacío. Los años falsos de Josefina Vicens
Ahora puedo explicarlo: sentí que el fondo del mar era mi sitio y mi destino; que había yo muerto y que caminaba ingrávido, como un ángel, por ese cielo sumergido donde todo era lento, oscilante, cadencioso, trémulo. Sentí que había yo llegado al centro mismo del silencio y que era ahí donde debía permanecer. (LAF) |
Gregorio Samsa es un ...