Copérnico de John Banville
Cada cosa tenía un nombre, pero a pesar de que los nombres no eran nada sin aquello que definían, a las cosas no les importaba su nombre, no lo necesitaban, se limitaban a ser ellas mismas.
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Copérnico de John Banville
Cada cosa tenía un nombre, pero a pesar de que los nombres no eran nada sin aquello que definían, a las cosas no les importaba su nombre, no lo necesitaban, se limitaban a ser ellas mismas.
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Kepler de John Banville
Johannes no podía estar tranquilo mucho tiempo. El viejo tormento volvía a bullir en su interior.
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La guitarra azul de John Banville
Nada como el látigo de seda del autorreproche para aliviar una conciencia inteligente.
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El mar de John Banville
—¡Por el amor de Dios, no montes el número!— me soltó—. Después de todo, solo me estoy muriendo.
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El mar de John Banville
Los veo allí, a mis pobres padres, jugando a que lo nuestro es un hogar en la infancia del mundo. Su infelicidad fue una de las constantes de mis primeros años, un zumbido agudo e incesante que apenas se podía oír. Yo no los odiaba. Los quería, probablemente.
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La señora Osmond de John Banville
- ¿No sientes cierta aprensión? - Al contrario, siento una gran aprensión- respondió Isabel en tono directo y sencillo-. Me temo que mis armas son inadecuadas para el encuentro que me espera: les falta alcance. La anciana esbozó lo que ella consideraba una sonrisa. - Entonces recuerda- dijo- lo que le dijo la madre espartana a su hijo cuando él se quejó de que su espada era demasiado corta-: Acércate. |
La señora Osmond de John Banville
¿Qué era la libertad, pensó, más que el derecho a ejercer las propias elecciones?
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La señora Osmond de John Banville
La señorita Janeway era, como se hizo evidente enseguida, una persona de panfletos, polémicas, desfiles y protestas: en una palabra, un miembro de esa especie, todavía rara en la época, conocida como la Nueva Mujer. De cualquier modo carecía del aire temible que se atribuye tan a menudo a este fenómeno novedoso y casi mítico, a esta amazona de nuestros días; no era chillona, no era estridente, y en cuanto a su manera de discutir, nadie podría haber sido más comedido y plácido en la expresión de sus opiniones que esta intelectual mordaz, de mediana edad y pelo plateado
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Gregorio Samsa es un ...