Copérnico de John Banville
Cada cosa tenía un nombre, pero a pesar de que los nombres no eran nada sin aquello que definían, a las cosas no les importaba su nombre, no lo necesitaban, se limitaban a ser ellas mismas.
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/El irlandés John Banville, uno de los escritores de lengua inglesa más aclamados de las últimas décadas, celebra su primer acto público en Andalucía en el marco del festival literario de la Térmica. Sin duda, uno de los platos fuertes de esta nueva edición, en la que el autor de El Mar, y su sosias Benjamin Black, heterónimo de etiqueta negra, estará acompañado por un viejo cómplice y amigo de los días de Dublín, el escritor y gestor cultural Enrique Juncosa, comisario de numerosas exposiciones, poeta y ensayista de culto, Orden al Mérito Civil por el Gobierno de España y ex director del Museo de Arte Moderno de Irlanda. Reconocimiento, indagación y homenaje en torno a una obra blasonada por no pocos críticos con el apelativo incontestable de clásico moderno.
Copérnico de John Banville
Cada cosa tenía un nombre, pero a pesar de que los nombres no eran nada sin aquello que definían, a las cosas no les importaba su nombre, no lo necesitaban, se limitaban a ser ellas mismas.
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Kepler de John Banville
Johannes no podía estar tranquilo mucho tiempo. El viejo tormento volvía a bullir en su interior.
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La guitarra azul de John Banville
Nada como el látigo de seda del autorreproche para aliviar una conciencia inteligente.
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El mar de John Banville
—¡Por el amor de Dios, no montes el número!— me soltó—. Después de todo, solo me estoy muriendo.
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La señora Osmond de John Banville
La señorita Janeway era, como se hizo evidente enseguida, una persona de panfletos, polémicas, desfiles y protestas: en una palabra, un miembro de esa especie, todavía rara en la época, conocida como la Nueva Mujer. De cualquier modo carecía del aire temible que se atribuye tan a menudo a este fenómeno novedoso y casi mítico, a esta amazona de nuestros días; no era chillona, no era estridente, y en cuanto a su manera de discutir, nadie podría haber sido más comedido y plácido en la expresión de sus opiniones que esta intelectual mordaz, de mediana edad y pelo plateado
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La señora Osmond de John Banville
- ¿No sientes cierta aprensión? - Al contrario, siento una gran aprensión- respondió Isabel en tono directo y sencillo-. Me temo que mis armas son inadecuadas para el encuentro que me espera: les falta alcance. La anciana esbozó lo que ella consideraba una sonrisa. - Entonces recuerda- dijo- lo que le dijo la madre espartana a su hijo cuando él se quejó de que su espada era demasiado corta-: Acércate. |
El mar de John Banville
Los veo allí, a mis pobres padres, jugando a que lo nuestro es un hogar en la infancia del mundo. Su infelicidad fue una de las constantes de mis primeros años, un zumbido agudo e incesante que apenas se podía oír. Yo no los odiaba. Los quería, probablemente.
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La señora Osmond de John Banville
¿Qué era la libertad, pensó, más que el derecho a ejercer las propias elecciones?
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¿Qué objetousaron como traslador en el Mundial de Quidditch?