La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
―Te tienes a ti mismo. Empieza por encontrarte a ti mismo y quizá soluciones todo lo demás.
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La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
―Te tienes a ti mismo. Empieza por encontrarte a ti mismo y quizá soluciones todo lo demás.
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Once veces nosotros de Joana Arteaga
Lo quiere por lo que es, por lo que le da, por su capacidad de sacrificio, de recuperación y de entrega. Por su corazón enorme, su valentía y sus agallas. Su compromiso, su forma de ver la vida. Por la vulnerabilidad que ha visto en él, y también por la forma en que la mira, como si no existiera nadie más en el mundo cuando se encuentran.
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La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
Y determinó, no sin darle antes muchas, muchísimas vueltas, que ese era el primer día del resto de su vida. Una vida que iba a merecer ser vivida y en la que, por primera vez desde que había nacido, iba a ponerse ella por delante, aunque solo fuera de vez en cuando.
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La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
Había noches en las que Jorie Sue no soñaba nada. Noches blancas, noches sin nada que la agitara o la removiera. Esas noches eran sus favoritas, aunque, por desgracia, eran pocas, muy pocas. Otras noches, la mayoría, soñaba que se ahogaba. Soñaba pesadillas inclementes que la atormentaban y la sumían en una angustia difícil de describir. Eran sueños tan reales que dolían, sueños en los que su fascinación por un mar que nunca había visto se unía a la pesadilla de verse atrapada bajo las aguas, sin poder respirar ni escapar de la prisión acuática que la mantenía lejos de la superficie. |
Once veces nosotros de Joana Arteaga
El que ellos dos se dan le grita al mundo el amor que se tienen, lo que se han echado de menos, las ganas que les nacen a ambos por pasar esos días juntos y el reconocimiento mutuo, ese que les dice que son la persona el uno del otro, la guía, el faro. La brújula en un mundo inhóspito en el que tenerse significa que queda luz a su alrededor. Les dura el infinito y se recrean en él. Se felicitan, se reencuentran, se reconocen. Son vagamente conscientes de que el tiempo sigue corriendo en alguna parte, pero no en ellos, porque los segundos los evitan, los rodean, los dejan aparte. |
Deja que todo arda de Joana Arteaga
Sonríe levemente. Es una sonrisa oscura, doliente, empapada por la angustia que reflejan sus ojos, que enciende alarmas en mi interior y me anima a que me monte en la moto y salga huyendo de aquí. Ojalá fuera capaz de hacerlo. Cuando por fin se dirige a mí, cuando sus labios se mueven más allá de esa sonrisa tenue y marchita, me maldigo a mí mismo por no haber seguido mi instinto y haber salido corriendo… Ya nada puede salvarme. Ya nada volverá a ser igual. —Por fin has venido... |
La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
―No sabía que por esta zona hubiera ranchos... me ha sonado a Texas o a Wyoming ―bromeó Jorie Sue haciendo brillar sus preciosos ojos azules. ―No los hay como tales, pero el señor Layton es muy particular y no quería seguir llamando a la plantación de su familia por ese nombre. Dice que no le trae muy buenos recuerdos. Rancho Layton fue el único nombre que se le ocurrió para no seguir llamando plantación a su... bueno, a su plantación. |
La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
Ese «no permitiré que nadie te arrincone», se le había metido dentro, como un virus, como si necesitara saber que ella también podía dejar de sentirse arrinconada.
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La chica que soñaba con respirar bajo el agua de Joana Arteaga
Todo el mundo en la finca se había dado cuenta de que a Colton se le iban los ojos detrás de Jorie Sue. Ella se sentía bastante incómoda, pero no quería hacérselo notar porque creía que eso sería mucho peor para él. Pero, a la vez, se negaba a darle esperanzas, así que procuraba mantenerse lo más alejada de él, para evitar que Colton siguiera alimentando ese amor que él creía tan importante y que le crecía en el pecho día tras día.
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Bendito Highlander de Joana Arteaga
Recordaba la mirada velada de pena de James Douglas el día que se habían conocido, en su propia boda. Ese día se había preguntado qué haría falta para borrar los surcos de dolor de esos ojos tan hermosamente tocados por el pesar. Ahora conocía la respuesta. Una mujer batalladora a su lado. Un bebé que era como una promesa de futuro. Y una confianza ciega en que todo eso, pese a lo ocurrido, se lo merecía. Que era suyo por derecho. |
Gregorio Samsa es un ...