Deja que todo arda de Joana Arteaga
Sonríe levemente. Es una sonrisa oscura, doliente, empapada por la angustia que reflejan sus ojos, que enciende alarmas en mi interior y me anima a que me monte en la moto y salga huyendo de aquí. Ojalá fuera capaz de hacerlo. Cuando por fin se dirige a mí, cuando sus labios se mueven más allá de esa sonrisa tenue y marchita, me maldigo a mí mismo por no haber seguido mi instinto y haber salido corriendo… Ya nada puede salvarme. Ya nada volverá a ser igual. —Por fin has venido... |