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La casa de las flores muertas de Jane Kelder
Se acercó al caballo y, ensimismada, no se dio cuenta de que Tash le ofrecía la mano para ayudarla a montar. Cayó en la cuenta de que no llevaba guante cuando sintió el contacto de su piel. Un hormigueo le recorrió el cuerpo y lo miró incómoda, pero no podía reprocharle su propio olvido de llevar la mano descubierta. Él también la miraba, pero ella no sabía traducir la expresión de sus ojos. Ambos soltaron la mano a la vez, como si no notaran la falta de recato de aquel esto instantes después de haber permanecido en contacto durante unos segundos. Un nerviosismo extraño se apoderó de Julia. Tash, por el contrario, pareció empañado por la tristeza, pero se repuso al momento.
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