El profesor de Charlotte Brontë
No soy como los orientales: los cuellos blancos, los labios y las mejillas rojos, las guedejas de lustrosos rizos no me bastan sin esa chispa prometeica que seguirá viva cuando se hayan marchitado azucenas y rosas y la bruñida cabellera se haya vuelto gris. A la luz del sol, en la prosperidad, las flores están muy bien, pero cuántos días lluviosos hay en la vida —noviembres de calamidades— en los que la chimenea y el hogar de un hombre serían realmente fríos sin el claro y animado resplandor del intelecto.
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