Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
Una madre nunca muere hasta que su hija está preparada para despedirse y, desde luego, ella no lo estaba en absoluto.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
Una madre nunca muere hasta que su hija está preparada para despedirse y, desde luego, ella no lo estaba en absoluto.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
El arrepentimiento era una tortura, enloquecer dándole vueltas a algo que no tenía remedio. Arrepentirse era aovillarse en el suelo y esperar la muerta. A la vida se la espera de cara, con los errores detrás, nunca encima.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
No había dos cadáveres iguales y, sin embargo, la cara de la muerte siempre era la misma. Una sola guadaña para toda la humanidad, sin importar quién seas o de dónde vengas. Ella lo igualaba todo.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
—Querer es un verbo que a veces conjuga mal con la realidad. Querer no conlleva una acción, es solo una intención.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
Con Ribas aprendió que las órdenes son susceptibles de interpretación, que hay cosas que es necesario guardarse para uno mismo y que las puertas cerradas pueden dejar de estarlo si se sabe cómo abrirlas.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
Una boa constrictor muda de piel casi un centenar de veces a lo largo de sus veinte años de vida. Un ser humano quizá solo cambie una vez, pero a partir de ese momento será irreconocible, se convertirá en otra persona, alguien a quien se podrá amar u odiar, pero que jamás será el mismo.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
—La religión ha provocado más muertes que cualquier enfermedad infecciosa —argumentó el subinspector—. Ninguna de las guerras que puedas recordar ha causado tantas bajas como las atrocidades que se han cometido en nombre de cualquier dios en cualquier época de la historia, incluso ahora. Sólo intento averiguar por qué.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
Lo de aguantarse las ganas de fumar era una tontería. No conseguiría dejarlo así. Primero, porque el sufrimiento injustificado y sin recompensa era una solemne estupidez. Y segundo y más importante, porque a día de hoy, fumar era el único placer que se permitía y no pensaba renunciar a él. Hacía mucho que beber dejó de ser un placer. Bebía por prescripción facultativa, la suya propia. Era su anestésico, su antibiótico, su vendaje comprensivo.
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Bajo la piel de Susana Rodríguez Lezaun
Inspectora Marcela Pieldelobo. Treinta y cinco años. Divorciada, Sin hijos. Destinada en la comisaría de Pamplona desde hacía casi una década. Ninguno de aquellos datos decía nada sobre ella. Frías realidades que apenas raspaban la superficie. Letras y números en el documento de identidad. Nada más.
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Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
Sale el sol, corren las horas, la gente va y viene, nace y muere, la luna ocupa su espacio en el firmamento, tictac, tictac, y aquí no ha pasado nada. Un día más, y otro, siempre adelante, sin posibilidad de regresar, de parar, de volver atrás.
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Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
¿Sabes? Creo que no puede haber nada peor que darte cuenta en tu lecho de muerte de todas las cosas que no has hecho, de que tu vida ha sido una mierda. Debería haber un infierno para esa gente, que se pasaran la eternidad lamentándose por las oportunidades perdidas. Yo no quiero ser uno de ellos. No pretendo dejar mi huella en la historia, prefiero que la vida me marque a mí. |
Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
Me sequé el pelo y me dejé la melena suelta. Luego apliqué una generosa capa de crema hidratante en las bolsas bajo mis ojos y repartí una discreta pero reparadora ración de maquillaje sobre mi cara. Un poco de rímel y un suave brochazo de polvos de sol completaron el trabajo de restauración.
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Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
Pero la soledad es una compañera ingrata, exigente, que te roba las palabras hasta dejarte muda, que te cubre el alma de polvo y moho, y que suele invitar a fantasmas indeseados cuando menos te lo esperas. Un plato, una taza, un cepillo de dientes. Un solo lado de la cama caliente.
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Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
Me divorcié hace casi quince años. (...) Ni siquiera conservo su apellido. Es como un libro que has leído, que sabes que lo has leído, pero que no recuerdas exactamente de qué va.
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Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
Ingrávida, intenté convertirme en Dios y separar lo que estaba bien de lo que estaba mal, repartiendo culpas a derecha e izquierda, esto por ti, esto por mí, pero fue imposible, porque lo que ahora estaba bien, ayer era perverso. En los últimos días había robado, matado y huido de la justicia, de la policía y de una banda de asesinos. Pero eso estaba bien, porque me había permitido seguir con vida. También disfruté de mi cuerpo y de la vida, me dejé llevar; me enamoré. Y eso estaba mal, porque por culpa de Noah había perdido mi trabajo, me había convertido en una delincuente y había estado a punto de morir en varias ocasiones.
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Una bala con mi nombre de Susana Rodríguez Lezaun
Salí del coche y corrí hasta la cuneta. Vomité todo lo que contenía mi estómago. Vomité dolor y bilis. Expulsé de mi cuerpo el humo negro y la navaja que Jack había hundido en el cuerpo de Sanders. Vomité la bala que le había atravesado el corazón al asesino que casi me mata, pero que me había transformado a mí en una asesina. Ladrona, estafadora, asesina... La lista era larga. ¿En qué me había convertido? ¿Quién era yo en esos momentos? Sinceramente, nadie que quisiera conocer.
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¿Quién escribió la saga?