La armonía del silencio es la historia de un piano contada por tres generaciones de una familia, de un silencio instaurado desde la posguerra, de una represión y de una violencia que siempre ha estado latente, agazapada, esperando triunfar ante la desmemoria. de la maldad a la crueldad, la venta forzada de un piano para subsistir en un ambiente de abusos de autoridad y de precariedad subyace en este puzle de doce escenas, una partitura desordenada que vincula el pasado con nuestro presente, una fábula política sobre la memoria histórica, motor dramático de unos personajes que llevan a cabo un diálogo intergeneracional en pos del consuelo. El hecho de que Dolores haya prometido a su abuela recuperar el citado piano da pie a unas escenas entrecruzadas donde rezuma la brutalidad de una guerra civil marcada a fuego en el recuerdo de los vencidos, un recuerdo que Dolores quiere hacer emerger con el fin de señalar a los “lobos que merodean y que piensan que todo les pertenece”, para lo cual tiene que prestar “atención a los silencios. Los silencios son música. Los silencios hablan”. Unos silencios que Blasco maneja a lo Pinter en una obra que “recurre con profusión a fuentes literarias, litúrgicas y mitológicas, y lo autobiográfico se insinúa a través de personaje de Dolores, investigadora e hilo conductor de la historia”, escribe Pérez-Rasilla en el prólogo, quien define la pieza como una “parábola”, dotada de un “juego de simetrías y escisiones” que propone “una reflexión ética”. Lola Blasco, devota de Cervantes y de Shakespeare, alicantina del 83 y exiliada en Madrid, traducida al polaco, inglés y francés, emplea a modo de guiño los cuentos tradicionales infantiles como una manera de mostrar el mal y de aprender a combatirlo y a convivirlo, sin omisiones ni silencios. El cine sonoro desplaza al cine mudo al tiempo que el silencio de la represión suena y retumba entre las paredes de los represaliados mientras la república desaparece y se impone el franquismo como telón de fondo. Abuela y nieta, Enriqueta y Dolores, “tú estás en la edad de los alfileres y a mí se me pasó la edad de las agujas”. Una edad que transcurre con ansia de justicia y con necesidad de no olvidar. La pieza concluye entre tanto recuerdo trágico con un deseo esperanzador, a pesar de que “no he podido deshacer el camino, salir… del silencio”. + Leer más |