Chicos y asesinos

Urge sacar del olvido a Hermann Ungar, escritor judío de habla alemana nacido en la pequeña ciudad checa de Boskovice, y otorgarle el mismo reconocimiento que tan merecidamente alcanzaron coetáneos suyos como Döblin, Musil o Broch.

Este fue el primer libro que publicó el autor en 1920, tres años antes de su obra más célebre, “Los mutilados” , muy alabado en su día por personalidades de la talla de Thomas Mann o Stefan Zweig. El libro consta de dos relatos, “Un hombre y una muchacha” e “Historia de un asesinato”. Ambos tienen los suficientes puntos en común como para compartir el mismo espacio sin disonancias.

Los dos destacan por su carácter existencialista. Sus protagonistas, huérfanos a una edad temprana, humillados por su pobreza y sus defectos físicos, devienen en solitarios, antisociales, y exageradamente sensibles a su precaria situación, reaccionando de forma patológica a su entorno, como empujados por un fatalismo ineludible. Ambos individuos parecen haberse estancado en etapas tempranas de su proceso de madurez, mostrando ante los actos ajenos una actitud victimista y egocéntrica y manifestando siempre un comportamiento despótico, siniestro y cruel, tan cruel como puede llegar a serlo un niño y tan siniestro como puede llegar a serlo un niño cruel.

“Yo era un niño y estaba encadenado a aquel viejo que mojaba la cama y que parecía librar un combate con la muerte noche tras noche. ¿Era yo un malvado porque no me conmovieran los achaques de este viejo, y el verme encadenado a las miserias de aquel cuerpo temblón y aquella mente apagada me pareciera un castigo más cruel que la peor condena?”

Sus visiones del mundo pasan por el tamiz de una mente trastornada que ve en el otro, de una manera amplificada, todos los defectos propios que, por ello mismo, son más hondamente despreciados.

“Cuán repugnante fue siempre para mí todo lo débil, enfermizo y tarado.”

Coincido con Mann en destacar entre los dos relatos al segundo. Como a él, a mí también me irritó el final de “Un hombre y una muchacha” por conciliador y contradictorio con todo lo que había sido el retrato del protagonista hasta ese momento, un ser ofuscado, un monstruo dostoievskiano incapaz de doblegar al espíritu de su obsesión, la sirvienta que despierta por primera vez, y con un asco insuperable, sus instintos carnales, y que descubre de pronto como el amor hubiera podido salvarle.

En “Historia de un asesinato” las relaciones entre los personajes, que, al igual que en el relato anterior, se mueven en el terreno de lo deforme, lo grotesco y lo retorcido, son más complejas y completas; el análisis psicológico del personaje y los temas que le atañen –la humillación, la inseguridad, los infructuosos intentos de superación, la culpa y la imploración del perdón- es más profundo en este joven protagonista que nos confiesa un asesinato y en el que Ungar, a base de frases cortas y con un lenguaje claro, conciso, duro y seco, escudriña los recodos más oscuros y primitivos de su mente enferma.

Urge sacar del olvido a Hermann Ungar.