Los corazones rotos no sanan. El tiempo simplemente muele los trozos hasta reducirlos a polvos.
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Los corazones rotos no sanan. El tiempo simplemente muele los trozos hasta reducirlos a polvos.
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La vida no es más que eso: una promesa. No una garantía. Nos gusta creer que tenemos nuestro cubierto dispuesto en la mesa en el futuro, cuando en realidad solo contamos con una reserva. La vida puede ser cancelada en cualquier momento, sin previo aviso, sin reembolsos, sin importar lo lejos que hayamos llegado en nuestro viaje. Incluso aunque apenas hayamos tenido tiempo de contemplar el paisaje
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Por más que viajes, nunca conseguirás huir de ti mismo.
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Hay que temer a los vivos no a los muertos
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No puedes enfrentarte a los lobos que acechan a tu puerta mientras luchas contra un león en el salón.
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No hay ganadores en la vida. A fin de cuentas, ésta gira en torno a la pérdida: de la juventud, de la belleza y, sobre todo, de los seres queridos. A veces pienso que no es el paso de los años lo que nos hace envejecer, sino la desaparición de las personas y cosas que nos importan. Este tipo de envejecimiento no se disimula con agujas ni se suaviza con infiltraciones. El dolor se refleja en la mirada.
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No es precisamente el final que había imaginado. El final que había planeado. Por otro lado, eso es lo malo de los planes: nunca salen como uno había previsto. Y, al parecer, los míos no salen bien nunca.
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Las caídas no matan. Lo que te mata es dejar de caer.
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En eso consiste la vida. En mantenernos ocupados, desviando la mirada para no tener que contemplar el abismo. Porque eso nos llevaría a perder la razón.
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Algo le pasó a mi hermana, aunque ella no pueda explicarlo. Solo sé que cuando volvió ya no era la misma. No era mi Annie
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Es un cuerpo creado a partir de la unión de distintas partes de cadáveres diseccionados, escrito por Mary Shelley a partir del reto literario de Lord Byron.