Lo más importante de todo, sin embargo, era que yo hablara ruso. Tenía que aprender siete palabras cada día. Ni diez ni cinco, siete, y que las aprendiera bien.
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Lo más importante de todo, sin embargo, era que yo hablara ruso. Tenía que aprender siete palabras cada día. Ni diez ni cinco, siete, y que las aprendiera bien.
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Hay en el mundo gente así, gente que, si no cuenta cosas, no puede vivir. Para ellos, para esa gente siempre hermosa y a menudo loca, la vida debe ser una historia.
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Mi corazón está hecho añicos, mamá. Mi sangre es agua, papá. Huérfana una vez, huérfana toda la vida, eso es lo que no sabíais vosotros. |
¿Cuánto de mí es elección y cuánto sangre? Cuando pienso en vosotros, arrastro en mi mente dos maletas, la de mis huesos y la de mis defectos.
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A veces pienso que, si os odio un centímetro más, mi odio formará un círculo completo y llegará el amor. Ese centímetro es lo que más miedo me da, por eso motivo lo aplazo todo.
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Hay gente que vive feliz con menos: menos opciones, menos objetos y menos respuestas. Cuando les das dos en lugar de uno -a esa gente-, los cargas como si fueran sacos.
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Tamara juega, yo bebo. Bebo mucho últimamente, pero no lo suficiente. Es pequeña y enferma esta hija mía. Mi entraña, mi amor sin piel. Poder amarla cuando habría podido tirarla. Qué milagro que pueda seguir amando.
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¿Y por qué, Lastochka, no tiene la gente miedo a la muerte? ¿Lo sabes tú acaso? ¿Por qué no tendría la gente miedo del tren, del agua, de la soga? No lo sabes. Mira por qué: porque morir de golpe no duele. Te despedaza el tren, pim, pam, no llegas a enterarte de que has muerto. Te entra el agua en los pulmones, boqueas un par de veces y ya eres libre. Por no hablar de la soga, el cuello se te rompe en un par de segundos, bueno, pongamos tres, y ya estás muerto.
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¿Sabía ya entonces que mi cuerpo iba a alumbrar a una criatura enferma, como aquella niña cuya mano había querido apretar en medio de aquella historia odiosa? Pasaban los meses y comprendía que, de un orfanato pequeño, había acabado en uno grande. Y también en un grupo de chicas. Las mismas conversaciones, las mismas normas, la misma crueldad mezclada con el miedo y la envidia. Las chicas se habían convertido en mujeres. Les habían crecido los pechos, pero no los corazones.
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¿En qué lengua debo buscaros? ¿En qué lengua perdonaros? ¿Por qué no os dijo nadie que era mejor que siguierais muertos? Muertos me habríais querido más. Muertos os habría querido más.
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Gregorio Samsa es un ...