Jerusalen / Jerusalem

a historia se inicia en una iglesia en la que, a las cuatro de la mañana, se le niega la entrada a Mylia por no ser horas.

Una historia con un título tomado del Salmo 137 de la Biblia, cuyos versos finales reproduzco a continuación:

Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extraña.
¡Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha!
¡Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti,
si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías!

Señor, toma cuenta de nuestros enemigos
cuando decían de Jerusalén: ¡Arrasadla hasta sus cimientos!
¡Capital de Babilonia, criminal,
quién pudiera pagarte los males que nos has hecho,
quién pudiera estrellar tus hijos contra las piedras!

Muchos de ustedes serán conscientes de que la Biblia es como el refranero, cualquier cosa que se quiera hacer o pensar encontrará una frase en la Biblia que la respalde. Es más, los mismos versículos pueden significar una cosa o su contraria dependiendo de quién los interprete. Justamente es lo que ocurre con este Salmo cuyo significado no puede ser más cristalino para mí, y creo que también lo es para dos de los personajes de la novela que toman el verso subrayado como una especie de mantra en sus vidas: el salmo es una exhortación para no olvidar nunca los crímenes de los que se ha sido víctima y un reclamo de venganza. O, dicho de otro modo, exhorta a las víctimas a no renunciar a ser verdugos. Así, el horror se combatiría con horror.

No es la única forma de enfrentarse al mal. El profesor Theodor Busbeck personifica en la novela un tipo de racionalidad que busca regularidades históricas para comprenderlo y, quizás, dominarlo.

“Un pueblo débil, es decir «sin posibilidad de poner en situación de peligro a un ejército invasor», no debería considerarse «un pueblo bondadoso», pues los hechos no se debían a una cuestión de bondad por un lado, el de las víctimas, y de maldad por el otro, el de los verdugos o los que ejecutaban el terror. Se trataba sencillamente de una cuestión de posibilidad y no de voluntad o deseo. Un pueblo débil respecto de otro podía pasar rápidamente —es decir, en términos históricos, en menos de un siglo— a ser un pueblo fuerte por haberse fortalecido durante ese periodo de tiempo o, sencillamente, por haberse acercado a un pueblo todavía más débil.”

Si el horror es una consecuencia forzosa del enfrentamiento entre fortaleza y debilidad no hay responsabilidad ni culpa y, por tanto, no ha lugar para la venganza. El equilibrio de horrores se restablecerá en cuanto cambien las fortalezas relativas de los pueblos.

Frente a esta racionalidad de Theodor, y de la de otro siniestro personaje, Gomperz, autoritario y represivo gerente del sanatorio psiquiátrico Georg Rosenberg, se encuentran el resto de los personajes de la novela, todos ellos víctimas, algunos también verdugos, todos ellos con alguna tara.

Hinnerk, presa de un miedo constante, víctima de una guerra que le transformó en verdugo indiscriminado termina formando parte del horror. Hinnerk solo tiene a Hanna para que le cuide, la prostituta que “no se pintaba los párpados de color morado para ser amada, sino para que la soledad de un hombre hallara en ellos una exuberante interrupción.” El fuerte y cuerdo Theodor buscará en ella, sin mucha fortuna, su descanso. Ernst y Kaas son dos discapacitados físicos y psíquicos, padre e hijo, uno es víctima del horror desde antes de su nacimiento hasta su muerte, el otro intenta suicidarse por ser incapaz de enfrentarse a él. Por último, Mylia, ex esposa de Theodor, amante de Ernst y madre de Kaas, aquejada de una enfermedad mortal y con un diagnóstico de esquizofrenia, es el campo de batalla de dos dolores, el dolor de la vida, el del apetito que le confirma que sigue viva, y el dolor de la muerte, el que le anuncia el próximo fin.

Con ella termina también el relato, intentando entrar de nuevo en la misma iglesia del inicio. Dios puede ser otra forma de enfrentarse al horror.

En el fondo, ¿existe la maldad? ¿qué es la maldad? ¿la maldad y la bondad coexisten en cada uno de nosotros?, “¿puede alguien que se siente entusiasmado con su colección de sellos, o con el hallazgo de un nuevo elemento de la astronomía, meterse al día siguiente en el papel de quién origina el horror?”, ¿es el horror algo que podamos racionalizar? ¿Es producto de alguna tara? ¿El horror es producto de la locura? ¿Qué es estar loco? ¿Es la inmoralidad un síntoma de locura?

Soy de la opinión de que la literatura es mucho más eficaz planteando preguntas que respondiéndolas y que plantearse la pregunta es ya el inicio de la respuesta. Jerusalén es un ejemplo claro de esta gran literatura, de esa a la que el buen lector debería dedicarse, porque, parafraseando al propio Tavares, los ojos del lector solo deberían dirigirse a “lo que es espeso, lo que es fundamental. Lo urgente debe coincidir con lo esencial, con lo que altera de arriba abajo.”