El método interdisciplinario de Breton para decodificar el fenómeno amoroso se fundamenta en una de sus líneas maestras: «el mundo es un bosque de indicios»; quien no observa con atención lo que sucede a su alrededor vive al margen del hallazgo. Breton iba por la vida buscando el significado oculto de las cosas, el hallazgo, los objetos que se encontraba en la calle tenían siempre un significado ulterior, incluso las piedras, los trozos de ferralla, los pedazos de madera. Eran célebres, entre sus amigos, las caminatas que hacía el poeta con Giacometti. Recorrían las calles de París como si fueran andando por un bosque de indicios, donde no solo buscaban objetos, también situaciones y, desde luego, personas.
Caminar por el bosque de indicios es imprescindible para poner en funcionamiento el «azar objetivo», uno de los conceptos predilectos de André Breton, sin el cual disminuye la posibilidad del hallazgo. El azar objetivo es la coincidencia entre lo que la persona desea y el mundo, ese bosque de indicios, le ofrece; es un azar que, gracias a la atención que ponemos a nuestro entorno, nos está destinado, digámoslo así.
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