La orilla celeste del agua: Un ensayo sobre la realidad que está fuera de los mapas de Jordi Soler
Lo primero, dice Plotino, es aprender a ver a la otra persona, ampliar la mirada: «cerrando los ojos, cambiar esta manera de ver por otra y despertar esta facultad que todo el mundo posee, pero que pocos utilizan». Luego el filósofo redondea esta frase nebulosa: «prolongar la visión del ojo a través de una visión del espíritu», porque de otra forma seremos incapaces de percibir la partícula que nos seduce de la otra persona, el añadido, esa electricidad irresistible que el filósofo llama «la gracia» (del otro que nos atrae sin remedio) o, para utilizar ese hermoso término que ha llegado hasta el siglo XXI arrastrando el limo de aquellos tiempos: la euritmia, el «movimiento beneficioso», el «serpenteo», como llamaba Leonardo da Vinci a esa vibración apenas perceptible de los cuerpos que se nos escapa si no aprendemos a ver. Y aquí ya estamos volviendo al concepto de la mirada activa del que hablábamos hace unas páginas.
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