Cuando se levantaba la veda, la playa se llenaba de mujeres. De rodillas o sumergidas en el agua hasta la cintura, rastrillaban los arenales.
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Cuando se levantaba la veda, la playa se llenaba de mujeres. De rodillas o sumergidas en el agua hasta la cintura, rastrillaban los arenales.
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Allí no era Lucha, esposa, madre, ahora abuela, ni la percebeira, ni la redera. Allí, sentada frente al horizonte, solo volvía a ser aquella muchacha de dieciséis años que había ido a buscar el velo que le arrebató el viento.
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¿Y si un día recordamos una cosa y al siguiente otra? O ¿y si no estamos seguros de que sean de verdad recuerdos? ¿Eh?, ¿qué me dice? ¿Uno se puede inventar los recuerdos?
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-La memoria, señoras y señores, miente. Y, cuando no miente, es caprichosa: muchas veces selecciona los recuerdos que precisamente no sirven para nada. -Volvió a mirar a Lucha a los ojos-. De todas formas... debe saber usted una cosa. Vivimos de forma paralela dos vidas. Una es la que tenemos aquí, al alcance de la mano; la otra es la que pudo haber sido y, como no fue, pervive en forma de sueños, imágenes o incluso recuerdos.
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Nadie vivirá nuestra vida, nadie morirá nuestra muerte, nadie dirá nuestras palabras y nadie querrá al otro con nuestro corazón...
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Se habían pasado la vida así, estirándose y agachándose para encontrar el punto intermedio en el camino hacia la ternura.
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No entendía lo que le pasaba. Estaba irascible y sentía una presencia constante. Era anhelo, y no quería luchar sino entregarse a él. Estaba borracha de anhelo, pero necesitaba sentirlo, gozar del dolor, caer en el agujero profundo de su ser, bajar y bajar y bajar.
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Los hombres, y en concreto aquel, que siempre le habían parecido despreciables, ahora le resultaban elegantes y divertidos. Empezó a ver el mundo de otra manera. Más brillante y limpio. Suspiro y no abismo. Por primera vez, reparó en las puestas de sol rosadas, en el sonido del mar, en el tintineo de los cencerros de las vacas y en el olor a hinojo que descendía de los pinares. Y la música, que nunca le había interesado, era ahora una fuente de placer y de entretenimiento. El sexo, un paisaje exuberante por desbrozar con machete.
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Un hombre que se hacía llamar Ziggy Stardust, ¿Ziggy qué? Estar, é como estar, estar dous, non sabe?, pero al que nadie llamaría así, entre otras cosas porque los lugareños eran incapaces de pronunciar ese nombre.
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Lucha aspiraba el olor que él traía de los clubs de alterne del puerto: a sudor, a maquillaje sofocante y pesado, a lo que huele la soledad del hombre en la piel de la mujer.
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Gregorio Samsa es un ...