Cuentos rusos y otros textos

Severo e implacable, el destino conduce a cada uno de nosotros, y solo al principio, preocupados por nosotros mismos, por todo tipo de casualidades y nimiedades, no sentimos su rígida mano. Mientras uno pueda engañarse a sí mismo y no tener vergüenza de mentir, se puede vivir y no sonrojarse por tener esperanza.

Ahí, solo una cosa le queda al hombre para sostenerse en pie y no deshacerse en cenizas, no ahogarse en el limo del olvido de sí mismo..., del desprecio de sí mismo: dar la espalda tranquilamente a todo, decir: "¡Basta!" y, cruzando las manos impotentes sobre un pecho vacío, guardar la última, la única dignidad accesible, la dignidad de la conciencia de sí mismo como Nada; aquella dignidad que insinúa Pascal cuando llama al hombre "caña pensante", cuando dice que si el universo entero le aplastase, él, esa caña, aun así estaría por encima de ese universo, pues sabría que le aplasta, y el universo no lo sabría.

Tú, en cuyas manos caerán estas débiles líneas disonantes, estas pálidas expresiones de mis sentimientos, si es que caen en tus manos, tú me entenderás. De no ser así, no caerían en tus manos. Entenderás lo repugnante que es todo el montón de tesoros y honores, ese cebo tintineante de las muñecas de madera que se llaman personas.

Y, de repente, las enfermedades y los estados más graves del alma me arrancaron de todo, incluso del mismo pensamiento sobre el arte, volviéndome hacia aquello a lo que me inclinaba incluso antes de convertirme en escritor: la contemplación interna del hombre y del alma humana. ¡Oh, con qué profundidad se abre ante ti el entendimiento cuando empiezas por tu propia alma!

Usted describe su condición con mucho humor. Entiendo muy bien toda su amargura; su condición se podría llamar trágica. Pero sepa que usted no está sola: apenas existe un hombre contemporáneo que no esté así. Usted dirá que eso no lo hace más fácil; pero creo que sufrir junto a miles es muy distinto a sufrir solo. No se trata del egoísmo, sino del sentimiento de inevitabilidad general.

¿Qué le vamos a hacer? No se puede encontrar la felicidad en la lucha por ella. Pero hay que recordar que el fin de la vida no es la felicidad, sino la dignidad humana.

Cada cual crea su destino -¡sí!... Pero la gente como nosotros lo crea en exceso, ¡ahí está nuestro mal! En nosotros, la conciencia se despierta demasiado pronto; demasiado pronto comenzamos a observarnos a nosotros mismos... Nosotros, los rusos, no tenemos otra tarea vital que el cultivo de nuestra propia personalidad, y así, niños apenas crecidos, comenzamos a cultivarla, ¡esa miserable alma nuestra! Sin recibir ninguna indicación determinada del exterior, sin verdadero respeto por nada, sin ninguna creencia firme en nada, tenemos la libertad de hacer lo que queramos de nosotros mismos...

Vea usted, hace unos días me ocurrió un suceso más que extraño: por primera vez miré atrás sobre mi pasado. Entiéndame: cada uno de nosotros recuerda su pasado -con pena o pesar, o simplemente por no tener nada que hacer; pero arrojar una mirada fría y clara sobre toda su vida -como un viajero sobre una montaña que, al darse la vuelta, mira el valle que había atravesado- solo se puede a una cierta edad... y un frío oculto atraviesa el corazón del hombre cuando le pasa por primera vez.

Sí, el mero pensamiento es suficiente para elevarse sobre la multitud que tanto teme toda suerte de sensaciones y que se contenta con la vida de las bestias con tal de no sufrir desdichas connaturales a la vida del hombre...

La felicidad es una palabra sin sentido en los obscenos labios de la multitud. ¿Para qué necesita la felicidad un hombre dotado de un alma elevada, que encontrará la dicha dentro de sí mismo? ¿Cuándo han sido felices los que han trascendido los estrechos límites que oprimen a la desdeñable mayoría?