Sí, estaba decidido. No quería que se comportara como un caballero. Quería a un truhán que lograra derretir el hielo que me rodeaba el corazón y el alma.
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Sí, estaba decidido. No quería que se comportara como un caballero. Quería a un truhán que lograra derretir el hielo que me rodeaba el corazón y el alma.
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(…) el día que crucé mis primeras palabras con Elsa, supe qué era esa extraña alegría que sentía las pocas veces que me había cruzado con ella. Era amor. Fulminante. Instantáneo. Brutal. Lo reconocí por los síntomas sobre los que mi padre hablaba cuando nos contaba, a mis hermanos y a mí, su experiencia al conocer a nuestra madre. Cosquillas en el estómago. Aceleración del pulso. Sudor. Dificultad para respirar. La necesidad de rodear su talle con mis brazos como si fueran un cepo, para atraparla y no dejarla escapar. El picor en mis dedos por hundir las manos en su pelo. Y otras más que mi padre no mencionó, como el deseo casi tiránico de tenerla desnuda bajo mi cuerpo y de hundirme en su interior. Sí, aquellas fueron las señales que yo interpreté, sin dudarlo, como un enamoramiento instantáneo y fulminante. Pero cuando vi sus ojos, semejantes a los de un cervatillo asustado, supe que tenía ante mí un largo viaje hasta conseguir que ella también me amara. |
(…) quería que ella estuviera segura que yo no era como el padre de su hijo. Yo estaría aquí para ella, siempre, porque la amaba con todo mi corazón y mi única meta en la vida era hacerla feliz.
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—No te lanzarás al vacío, Elsa. Mis brazos están aquí para sostenerte. De eso, puedes estar segura.
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Abrí los ojos al mundo real, endurecí mi corazón para que no volvieran a romperlo, y decidí que, a pesar de todo, no permitiría que aquella experiencia me convirtiera en una persona amargada. Pero, desde luego, nunca, jamás, me iba a permitir enamorarme de nuevo. Pero no contaba con cruzarme con Charlie Kavanagh. |
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