Una noche en la isla

-Ven aquí. - La atraigo hacia mí-. Deja que me aferre a ti esta noche.
Bailamos en el porche al ritmo de Thunder Road, y aunque hace frío no lo noto porque la chica que tengo en mis brazos me transmite calor. Es como abrazar una hoguera.

Las mujeres de Salvación son fuertes. Son diferentes como la noche y el día, pero llevan la solidaridad y el parentesco grabados en los huesos. Envidio esa conexión llana que nada tiene que ver con los mensajes de texto o los gifs.

No me arrepiento. ¿Cómo podría arrepentirme? Tú abriste algo en mi interior, o algo en mí se abrió gracias a ti. Sea como sea, tú fuiste la llave y soy una mujer más libre gracias a eso.

Cuéntale al viento tus secretos y al océano tus sueños.

Para no ahogarse hay que nadar. Supongo que podría decirse que tú eres la prueba de que debo seguir moviendo los pies.

Durante un tiempo me hizo sentir como si hubiese tragado estrellas.

Dejé que mi instinto fuera mi brújula y me condujo a casa.

Contemplo esos ojos maravillosos, desiguales, y los veo brillar con un anhelo de - en otro momento, en otro lugar-.

Nunca he vivido cerca del mar. En casa, es fácil olvidar que somos un país insular, sobre todo si vives en Londres, pero aquí el ritmo de las mareas es inherente a la vida. Establece el ritmo de la isla, dicta quién se va y quién se queda. Dependemos de él, y esta dependencia tan fuera de nuestro control me resulta muy reconfortante.