El pícaro de la Quinta Avenida

Frank era una opción segura, la elección perfecta. Lógica, incluso. Era un pícaro aventurero, no un hombre con el que una mujer quisiera casarse. Por tanto, era imposible que desarrollaran sentimientos más profundos el uno hacia el otro. Solo sería una aventura alegre y despreocupada antes de casarse. Una relación puramente física.

El mayor regalo que ha recibido el mundo es la capacidad de comprensión y perdón de las mujeres.

El matrimonio con ese hombre sería una vida entera de días nublados tras haber experimentado por primera vez la luz del sol.

Lo mismo daba porque, en cualquier caso, el perdedor siempre era él. El hombre que llevaba dentro deseaba reclamarla, pero hacerlo le costaría todo lo que había construido.

Ese hombre que la había perseguido por toda la ciudad para mantenerla a salvo. Solo que ella no necesitaba que la rescatasen.
Nunca lo había necesitado.
Era él quien necesitaba que alguien lo salvara.

Frank siempre había antepuesto su carrera profesional a todo lo demás. El éxito, el poder y el dinero, esa era la tríada en Nueva York. Y él había conseguido las tres cosas. Ninguna mujer, ni siquiera una tan intrigante e inteligente como Mamie Greene, pondría eso en peligro.

Entornó los párpados e intentó calmar su desbocado corazón. Chauncey. Él era su futuro marido, el único hombre al que debería desear. Desear a Frank Tripp era una complicación que no podía permitirse en ese momento..

Se volvió para mirarla de frente y atisbó algo en su mirada, algo misterioso y embriagador.