De la vida bienaventurada

Empezaré por el final: es realmente llamativo que tras sus recomendaciones, el autor ocupe un buen puñado de páginas en confesarnos su fracaso en seguirlas y en defenderse de las críticas recibidas por sus coetáneos por la vasta extensión que distaba entre aquello que predicaba y su propia conducta.

“Hablas de una manera, dices, pero vives de otra. Esto mismo, oh mentes malintencionadas y enemigas de las almas mejores, fue objetado a Platón, objetado a Epicuro, objetado a Zenón (pues todos ellos explicaban, no cómo vivían, sino cómo sería bueno (también para ellos) vivir); trato acerca de la virtud, no de mí mismo, y, cuando repruebo los vicios, repruebo en primer lugar los míos: viviré cómo es preciso en la medida de lo posible”

Y a mí me gustaría preguntarle, ¿de todo lo que nos receta, qué es posible?

“Bienaventurado es, pues, el hombre de juicio recto; bienaventurado el que con sus cosas se contenta y es de sus cosas amigo, cualesquiera sean ellas; bienaventurado es aquel a quien la razón hace que acepte cualquier estado de sus asuntos.”

Bienaventurado es, de eso no hay duda, pero ¿está a nuestro alcance?, ¿realmente, de no tener la suerte de haber nacido así, y no creo que haya muchos, podemos llegar a ese nivel de “sabiduría”? Séneca nos receta tener un alma “sufrida, dispuesta a toda eventualidad, cuidadosa, pero sin ansias de su cuerpo y de todo lo que toca a su cuerpo, solícita de las otras cosas pertinentes a la vida, pero sin deslumbrarse por ninguna de ellas”. Vamos, que te contentes y disfrutes de lo que tienes, sea esto poco o mucho, aunque él mismo prefiere lo mucho, ¿quién no? (“El sabio… no ama las riquezas, sino que las prefiere; no las coloca en su alma sino en su casa…”), y no sufras por lo que no tienes. Fácil, ¿no?

“¿Qué puede faltar a quien está más allá de todo deseo? ¿Qué cosa exterior hará falta a quien reconcentró en sí todas sus cosas?”