Última salida para Brooklyn

Creo que no había leído un libro que me estuviera provocando tanto asco y rechazo como lo estaba haciendo este de Hurbert Selby Jr. Y yo, que soy profundamente rencoroso, pensé en imponerle un castigo ejemplar, darle donde más dolía: le otorgaría una vengativa y solitaria estrella.

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Y sin embargo, uuuf, era incapaz de dejar de leer. Ahí estaba yo, pegado a sus páginas a pesar de la incomodidad que me suponía no poder saber si únicamente estaba hechizado por lo abyecto de la narración o si algo tenía que ver en ello “la maestría literaria” del autor. Era incapaz de desligar una cosa de otra o quizás demasiado cobarde para intentarlo. Quizás no quería indagar en las causas de por qué la lectura me estaba afectando de la manera en la que lo estaba haciendo, quizás sentía que eso tan horrible y monstruoso a lo que me estaba enfrentando también vivía en mí. Me estaba ablandando y, como suelo intentar ser tan justo como rencoroso soy, pensé que concederle solo dos estrellas seguía siendo un castigo apropiado.

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Pero empecemos por el principio. Con esta cita se abre la primera de las 6 partes en las que se divide el libro:

“Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra, y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad.” (Eclesiastés, 3, 19)


La cita, aunque se entiende su sentido, no es ajustadamente fiel a lo contado en la novela.

La especie humana comparte con otras especies animales muchos de los instintos que nos mueven a actuar. Aquí se muestra, o mejor dicho, se exhibe con una escalofriante dureza a hombres y mujeres que son incapaces de dominar esos impulsos. Pero lo que leemos en este libro y lo que no tiene parangón en el reino animal es la crueldad, la depravación y el más absoluto de los desprecios por la dignidad humana, incluso por la propia, de la que hacen alarde muchos de los personajes.

Había que reconocer que la novela estaba logrando conmigo con una eficacia máxima aquello que el propio autor confesó perseguir: “No quiero que leas una historia, quiero que la experimentes. No quiero contarte una historia, quiero llevarte a una experiencia emocional.” Y ya empezaba a estar bastante seguro de que algo tenía que ver la forma en la que estaban relatadas esas depravaciones y crueldades. Una forma nada ortodoxa, que en su día fue objeto de desprecio por los académicos pero que yo ya había disfrutado en otros autores como James Kelman, un escritor que comparte con Selby ética y estética y que recibió el mismo desprecio de la crítica. Se había ganado una estrella más.

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Pero aun así, la novela me seguía pareciendo gratuitamente escandalosa, una objeción que ya había tenido con otra de sus obras, “La habitación”. Imposible leer Tralala y no quedar horrorizado y sobrecogido, pero también indignado por la, pensaba, innecesaria degradación y violencia a la que era sometida su protagonista. Y en esas estábamos cuando, casualidades de la vida, leo en la prensa una noticia sobre una reciente sentencia de cuatro años, sí, solo cuatro años, a tres individuos que en 2008, sí, en 2008, se turnaron para violar a una chica de 18 años en un coche en el aparcamiento de la discoteca en la que la acababan de conocer. La víctima, bastante perjudicada por el alcohol, fue introducida en el asiento trasero del coche, desnudada y sucesivamente penetrada vaginalmente hasta la eyaculación sin el uso de preservativos. Según declaraciones de testigos, mientras uno de ellos la violaba, sus amigos le jaleaban e invitaban entre risas a otros jóvenes a sumarse a la acción: “Entrad, que hay barra libre”, “venga, que no se entera de nada”. Y Cuatro años… como cuatro estrellas.

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Mis reticencias se habían ido derritiendo una tras otra, y aunque solo fuera por aquellas palabras de Kafka acerca de los libros que muerden y pinchan, aunque solo fuera porque había conseguido en mí una de las funciones más importantes de la literatura que, en opinión de Vargas Llosa, es “recordar a los hombres que, por más firme que parezca el suelo que pisan y por más radiante que luzca la ciudad que habitan, hay demonios escondidos por todas partes que pueden, en cualquier momento, provocar un cataclismo”, aunque solo fuera por la belleza sórdida de ese relato maravilloso que es “La reina ha muerto”… ¡¡qué coño, ahí van las cinco estrellas!!

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