Balas para todas

Escondemos nuestras cicatrices y guardamos nuestro dolor para nosotros mismos.

Tal vez lo más complicado sigue siendo valorar nuestros propios límites, porque en esta vida solo nos arrepentimos de aquello que no hemos hecho.

El miedo en su justa medida es bueno porque, una vez superado, abre paso a la fuerza.

El miedo a equivocarse siempre pesa más que la satisfacción de acertar.

No me da miedo morir, soy más cobarde que eso: me da miedo sufrir.

El miedo, en su justa medida, es bueno. Porque es el miedo el que nos mantiene alerta. En exceso, paraliza.

En la guerra, las balas no saben de género. Son para todos, son para todas.

Antes y ahora habitamos en un mundo androcéntrico que nos obliga a reclamar el derecho a vivir con la misma libertad que ellos, a disfrutar de las mismas opciones, a recibir similar valoración por el trabajo realizado.

Si fracasamos en conciliar justicia y libertad, fracasamos en todo.