Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto. Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo. |
Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto. Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo. |
Por una parte, estaba la vida tal y como yo la conocía; por la otra, tal y como ella me la mostraba. Y lo que antes me parecía correcto se deformaba como mi reflejo en el agua de la pila cuando me lavaba la cara. En el mundo de la Malnacida se competía por hacerse arañar por los gatos y el dolor desaparecía lamiéndose las heridas. Era un mundo donde no se podía jugar a fingir que eras quien no eras y si hablabas con los chicos los mirabas a los ojos. Observaba su mundo parada en el borde del precipicio, pero decidida a saltar. Y no veía la hora de caer por él. |
En su mundo solo había dos cosas seguras. La primera: lo que no lograban explicarse era obra de Dios o del demonio, según le ocurriera a una persona de bien o a un muerto de hambre. La otra: los hombres nunca tenían la culpa.
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Ser mayor, ser mujer, quizá fuera eso. No era sangrar una vez al mes, ni los comentarios masculinos o la ropa bonita. Era cruzar la mirada con un hombre que te decía «Eres mía» y responder: «Yo no soy de nadie».
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— Pero te diré una cosa –prosiguió mi padre —: a medida que uno va creciendo aprende que a menudo trae cuenta no decir lo que realmente piensa. —¿Cómo se hace? —Guárdalo para ti. Custódialo. Incúbalo. Ahí puede estar a salvo. —¿Y dejará de quemar? Sonrió. Una sonrisa cansada. —Nunca. Eso nunca. |
Es difícil quitarse de encima el cuerpo de un muerto. Lo descubrí a los doce años, con la nariz y la boca ensangrentadas y las bragas enredadas en un tobillo.
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Ser mayor, ser mujer, quizá fuera eso. No era sangrar una vez al mes, ni los comentarios masculinos o la ropa bonita. Era cruzar la mirada con un hombre que te decía “Eres mía” y responderle: “Yo no soy de nadie”.
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Entras en la cabeza de la gente y no vuelves a salir.
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A medida que uno va creciendo aprende que a menudo trae cuenta no decir lo que realmente piensa.
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Las palabras son importantes. No se puede hablar sin pensar. Las palabras dichas sin pensar son peligrosas. Las palabras son poderosas.
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¿Cuál fue la primera obra escrita en verso en lengua castellana?